miércoles, 14 de diciembre de 2011

70. Un lugar en el mundo

Todos tenemos nuestro lugar en el mundo, un lugar que es como un vértice geodésico espiritual desde el que podemos ver la vida con más cariño, serenidad y distancia. El trajín del día a día, los ruidos (agradables y desagradables) que nos rodean, el bombardeo de información al que estamos sometidos cada vez que encendemos la radio o ponemos un pie en la calle, nos impide pensar y reflexionar sobre nuestras vidas con la necesaria claridad. A veces creemos que estamos cerca de lograrlo, en la penumbra del dormitorio antes de dormir, circulando intermitentemente de semáforo en semáforo de camino al trabajo, paseando en bici una mañana de domingo en que hace bueno. Pero es una vana ilusión, pues casi siempre nos falta tiempo o tenemos la cabeza ocupada con preocupaciones más inmediatas. En cambio, cuando acudimos a nuestro 'lugar en el mundo' es como si acudiésemos a un encuentro con nuestro verdadero ser. Allí nos hablamos sin tapujos, nos escuchamos con interés, nos hacemos reproches, nos infundimos valor a nosotros mismos, nos aceptamos tal como somos y sale a relucir todo el conocimiento (mucho o poco) que la vida nos ha ido dando. Estos vértices geodésicos espirituales pueden estar en cualquier lugar del planeta: en la cima de una montaña, en el remanso de un río, en la copa de un árbol, en el interior de una ermita, en un puente sobre un barranco. Pero para los que somos de comarcas costeras, con frecuencia este lugar está a orillas del mar, por antonomasia ejemplo y testigo a la vez del paso del tiempo y de la inmutabilidad de las cosas. Además, una lubina veterana y desconfiada nunca es mala compañía.

69. Senderismo

El senderismo es un buen ejercicio para demostrar que la mejor manera de recorrer una distancia entre dos puntos es dando un rodeo. En el mundo en que vivimos, la rapidez e inmediatez se ha convertido en un valor añadido de las cosas, en toda una virtud. Todo hay que conseguirlo en seguida (a poder ser, sin esfuerzo), hay que llegar a todas partes en el menor tiempo posible y una vez alcanzado el objetivo, tampoco se disfruta ni del lugar, ni el momento, sino que se empieza otra carrera. Cada vez se desprecia más el camino, el trayecto (o proyecto), que con frecuencia es tanto o más interesante que la meta. Recorremos los trayectos sin pararnos a mirar lo que vamos dejando atrás, lo que nos habla y saluda a nuestro paso, sólo nos centramos en llegar. Caminando por un sendero, el trayecto se convierte en un fin en sí mismo. No es necesario llegar, ni antes ni más tarde. Lo importante es caminar y dejarse llevar, dejarse encantar por la magia del entorno. Y el éxito no consiste en llegar ni más lejos, ni antes que los demás, sino en haber visto, reconocido y disfrutado más cosas del camino que los demás.

68. Abluciones

Este señor mayor acude todos los días a hacer sus abluciones en el mar Mediterráneo. Lo hace de mañana temprano, cuando los turistas bullangueros, parlanchines y estresados duermen todavía a pierna suelta y apuran un sueño recurrente en el que ganan un premio gordo en la Euromillones, reciben un aumento de sueldo o celebran un campeonato del Real Madrid. Al igual que hacen los gurús, anacoretas y demás devotos hindúes en el sagrado río Ganges, el anciano reza sus oraciones y realiza sus abluciones sumergido en el agua agradeciendo al sol y al mar los frutos recibidos. Quienes practican este ritual pagano son personas que ya tienen una edad, pues sólo ellos saben cómo era esta tierra antes del boom del turismo, primero y de la construcción, después. Son ellos los que saben valorar las bondades del dios sol y del dios mediterráneo y son también ellos los únicos individuos conscientes de lo que sucedería si estas dos deidades dejasen de proteger a los habitantes de esta tierra. Por ello son ellos también los más legitimados para lamentar y alertar del uso y abuso que la gran mayoría de los mortales hacemos de los regalos de los dioses.

viernes, 9 de diciembre de 2011

67. Crisis

Poco tiempo después de la reunificación en 1990, Alemania se vio inmersa en una fuerte crisis económica, de la que aún queda alguna que otra secuela. Igual que el chico de la foto, fueron muchos los afortunados –de poder trabajar- que tuvieron que aceptar trabajos poco estimulantes y, lo que es peor, mal remunerados. Por nuestros lares a día de hoy la cosa pinta igual de mal o incluso peor, por lo que en los años venideros tendremos que apretarnos el cinturón y echarle mucha imaginación y mucho sacrificio para poder llegar a fin de mes. Si los alemanes tardaron tantos años en superar la crisis, ¿cuánto no tardaremos nosotros?
No sé qué habrá sido de este vendedor de salchichas del Alexanderplatz berlinés, pero ateniéndome a la estadística me atrevería a decir que hoy día tiene un trabajo decente y medianamente bien remunerado; separa los residuos orgánicos del papel, vidrio, plástico y aluminio; conduce un utilitario de segunda mano; está divorciado; veranea en Mallorca; sufre problemas de colesterol; es hincha del Hertha de Berlín y da su voto a esos políticos que proclaman que los alemanes trabajan como negros para que griegos, portugueses y españoles puedan vivir sin dar palo al agua.

lunes, 5 de diciembre de 2011

66. Mirón

Lo peor que le puede pasar a un mirón es dar con la morada de Medusa. Aún consciente del peligro que correría si sus miradas llegasen a cruzarse, su patológica curiosidad le impediría apartar la vista de la Gorgona, pues la pasión del mirón con frecuencia es más fuerte que su instinto de supervivencia. Eso explica por qué la mayor parte de las figuras petrificadas que adornan los jardines del castillo de Medusa llevan una cámara al cuello. Pues son legión los fotógrafos que, creyéndose quizás reencarnaciones de Perseo, infravaloraron la agilidad cervical de Medusa y la crueldad de su letal mirada.