domingo, 17 de junio de 2012

88. Fiesta

Coincidí con Ernest Hemingway en una fiesta en un bar de la zona monumental de Santiago de Compostela. Pero no en una fiesta taurina, como cabría esperar conociendo la afición a los toros del insigne escritor estadounidense, sino en una fiesta de goles, con ocasión del partido de fútbol España-Irlanda (4-0) de la Eurocopa 2012. Tengo que reconocer que en un primer momento tuve mis dudas acerca de su identidad, pero cuando le invité a tomar algo y él optó por un chupito de orujo ya no tuve duda alguna de que se trataba del autor de Fiesta, Por quién doblan las campanas o El viejo y el mar. Resultó ser una persona muy afable, tranquila y accesible, que incluso accedió a dejarse fotografiar bajo la placa que recuerda sus estancias en el hoy desaparecido Hotel Suizo de la compostelana rúa del Cardenal Payá. Los vínculos que Hemingway tiene con España son harto conocidos y no sé si Compostela, por donde anduvo algunos veranos entre los años 1921 y 1936, dejó en él una huella tan profunda como Pamplona o Madrid, pero algo sí debió marcarle la ciudad del Apóstol y su entorno cuando decidió volver sobre sus pasos después de tanto tiempo. En esta visita le acompañaba su pareja, una señora encantadora y entrañable, que hacía las veces de secretaria del premio Nobel, pues en ningún momento dejó de tomar notas en su diario de viaje. Una señora encantadora y agradecida que, como recuerdo de nuestro breve y fugaz encuentro, quiso agasajarme con unos pendientes que ella misma diseña y fabrica. Cuando nos despedimos me comentaron que al día siguiente continuaban viaje al norte, a Hamburgo, para más señas, donde tenían intención de asistir a algún partido del FC St. Pauli, evento que, según ellos, podía resultar tan extraordinario y emocionante como un encierro de los San Fermines en Pamplona.

martes, 12 de junio de 2012

87. Deconstrucción fotográfica I

El pasado viernes tuvimos reunión general en el trabajo. Estas reuniones bimensuales son la única ocasión que tenemos para vernos las caras todos los compañeros y compañeras de trabajo, la mayoría de los cuales tenemos veinte o más años de antigüedad en la empresa. Y nos tenemos tan vistos unos a otros que los encuentros suelen resultar largos, tediosos, absurdos, estériles y desconcertantes. Al llegar a casa dejé el maletín del trabajo al lado del cubo de los desperdicios reciclables, me puse un pantalón de chándal y las zapatillas de estar por casa, cogí una manzana del frutero y una cerveza de la nevera y me encerré en el despacho buscando evadirme un poco de la realidad dando rienda suelta a mi espíritu creativo (ya que el lógico-práctico lo tenía hecho una piltrafa). Allí me senté al ordenador y me puse, primero a hurgar en mis archivos fotográficos y después a buscar nuevas vías y formas de expresión plástica con la ayuda del software de mi portátil. Fueron meros experimentos en un intento de aplicar, quien sabe, la deconstrucción a la fotografía digital. Mas como mis conocimientos de informática son todavía muy limitados el recurso que empleé en mi experimento fue muy sencillo: consistió básicamente en dejar macerar la tarjeta de memoria de mi cámara durante unos minutos en un chupito de absenta y luego, sin secar la tarjeta ni nada, pasé las fotografías al ordenador. Para tratarse de un primer intento el resultado, a mi modo de ver, creo no ha sido del todo malo. Pero, en fin, seguiré experimentando, tras otras reuniones generales, con otros archivos, otras ideas y otros licores.