viernes, 4 de agosto de 2017

317. El orden de las cosas

Esta mañana después de desayunar miró el pastillero para saber qué día de la semana era. Con los ojos vidriosos me confesó que a veces cuando quiere visitar a mi hermano, que vive a trescientos metros de su casa, no recuerda por donde tiene que ir. Le prometí que la próxima vez se lo comentaríamos al médico. Al mediodía me enseñó la carpeta con las actividades del curso de entrenamiento de la memoria. Le dieron deberes para el verano. Dijo que no quería volver a clase, pues sus compañeras, que ya llevan varios años asistiendo al curso, son mucho mejores que ella y terminan las tareas más rápido. A ella le cuesta mucho entender y hacer las actividades. Le dije que sus compañeras tan buenas no podían ser, sino no se entiende que hayan repetido tantas veces curso. Rió con malicia infantil. Por la tarde se olvidó de ponerle detergente a la lavadora. Cuando despertó de la siesta dijo haber soñando un montón de cosas raras. Me preguntó si a mí también me pasaba. Sólo cuando estoy preocupado, dije. Después de la cena fregó los cuatro cacharros. Mientras secaba los cubiertos la observé durante un buen rato. Los secaba uno a uno. Con esmero. Los colocaba bien ordenados en el cajón. Cada cosa en su sitio. Los cuchillos con los cuchillos, los tenedores con los tenedores y las cucharas con las cucharas. Un par de veces se equivocó, pero se dio cuenta en seguida y rectificó. Fue un momento entrañable. Triste y entrañable.