miércoles, 30 de enero de 2019

374. fotohaiku nº 39













 

a veces pienso
quién sería yo, si no
fuese quien soy

373. Renovarse o morir

     En un remoto lugar de Asturias, dos mellizos que padecen insomnio acuden a un espectáculo circense que da comienzo a las tres de la madrugada. El mundo del circo está en franca decadencia y sus promotores exploran nuevas vías, como lo pueden ser las sesiones after hour, para mantener el negocio a flote. Esta primera función no tiene mucho éxito, pues a ella acuden sólo los dos hermanos, y las diez butacas reservadas para los invitados vip permanecen vacías. Durante el número de doma de fieras, dos leones se quedan dormidos; un payaso sin gracia, torpe e hiperactivo moja de arriba a abajo a las dos personas del público con su metralleta de agua; la trapecista, visiblemente airada, lamenta tener que jugarse el pellejo para dos (sic) frikis del carajo...
     A la misma hora y no muy lejos de allí, los cuatro miembros de un colectivo fotográfico, están reunidos en un céntrico hotel para ultimar los detalles de su próxima exposición clandestina. Con la inspiración que les proporcionan sus respectivos gin-tónics discuten y perfilan, además, conceptos estéticos como el de telonero en un contexto de exposiciones fotográficas o la idea del conceptualismo descreído. Sabido es que en sus intervenciones expositivas, este colectivo no deja nada, pero absolutamente nada, al azar. Pero lo que no saben todavía estos fotógrafos entusiastas es que la exposición clandestina del día siguiente, a pesar de la lluvia, va a ser un éxito rotundo, con visitas guiadas incluidas, y que el nuevo marco (Centro Niemeyer) les abrirá nuevos caminos y mostrará nuevos horizontes, que serán explorados en futuras exposiciones, y que al final de la jornada, durante la cena de clausura en el restaurante La Estación, brindarán ufanos por el cambio de agujas!
     Y es que, al igual que sucede en el mundo del circo, así como en tantos otros ámbitos de la vida, también en fotografía, y hoy más que nunca, se impone la máxima de “renovarse o morir”.

lunes, 7 de enero de 2019

372. Espíritu navideño

Estas Navidades mi padre y yo continuamos con un conflicto que perdura entre nosotros de forma intermitente desde hace más de treinta años. En esta ocasión, dadas las fechas, usamos el portal de belén como campo de batalla. Varias veces a lo largo del día las figuras aparecían desplazadas. Yo las colocaba en su sitio o le buscaba una nueva ubicación, pero a la hora de la cena o al día siguiente mis propuestas de cambio volvían a ser ignoradas y las figuras reubicadas. Todo se desarrolló como una especie de silenciosa partida de ajedrez jugada por dos contrincantes anónimos y a distancia. En ningún momento hicimos el más mínimo comentario al respecto, y jamás yo le vi tocar el belén, ni él a mí mover una sola ficha. Sencillamente dejamos que las figuras del belén hablasen por si misas. Yo intentaba imponer una disposición clásica de las figuras, ajustada a los cánones del arte sacro, es decir, más narrativa, teatral. A mi padre, en cambio, se le dió por una disposición más heterodoxa de las figuras, digamos castrense, pues tendía a colocar las figuras en formación militar, como si el niño Jesús, que para eso es el jefe, quisiese pasar revista a la tropa. Desconozco si tenía algún otro tipo de motivación para optar por una disposición tan poco acorde con el espíritu navideño, a parte de su obsesión por imponer siempre su criterio. Al igual que en pasados episodios de esta contienda, usé varias estrategias para intentar llevarle a mi terreno y lograr algún tipo de entente cordiale. Hice algunas concesiones, impuse un armisticio de dos días y medio, y no sé qué más, pero ni por esas. El último día de vacaciones, a la sazón día de Reyes, una vez más tuve que firmar unas tablas que me supieron a amarga derrota.