viernes, 31 de julio de 2020

442. Samarcanda

"El ojo que ves no es ojo porque tú lo ves, es ojo porque te ve"(Antonio Machado, Proverbios y cantares)

Con esta interminable pandemia la infeliz circunstancia de tener que usar mascarilla conlleva la feliz necesidad de tener que mirarnos a los ojos y uno a veces se encuentra con miradas que parecen salidas de un relato de Las mil y una noches. Relatos narrados por una Sherezade cuya voz contiene todo el brillo de los horizontes que oteaba Simbad el Marino o el que refulge al mediodía en las cúpulas doradas de Samarcanda. Son en cierto modo miradas en cinemascope, que a uno lo hacen retrotraerse a aquellas primeras sesiones de los cines de verano, los particulares Cinemas Paradiso de nuestra infancia, donde en la oscuridad del patio de butacas descubrimos la magia del cine en películas con maravillosas bandas sonoras de Ennio Morricone, en las que uno se sentía enseguida compañero de aventuras de un protagonista que parecía haber sido creado por la pluma de Hugo Pratt y se sentía el destinatario exclusivo de las miradas de una Claudia Cardinale, cuyos ojos eran capaces de expresar a la vez tristeza, deseo y misterio.

 


 

viernes, 24 de julio de 2020

441. fotohaiku nº 46




















aquellas nubes
se alejan en silencio
de mi ventana



(foto: Stephanie van Eer)

martes, 7 de julio de 2020

440. Esdrújulas

No sabría decir muy bien por qué, pero el caso es que siento una predilección especial por las palabras esdrújulas. Esa sílaba tónica seguida de dos átonas produce en una palabra un pequeño ictus emocional seguido de un sedante susurro de dos sílabas lánguidas. Es como un compás para bailar con todos los sentidos. Y tanto escuchada como escrita, una palabra esdrújula puede ser un poema en sí misma; una composición lírica, lacónica y única. De las que me vienen a la memoria, así a bote pronto, destacaría algunas como: efeméride,
éxtasis, mérito, sánscrito, gótico, utópico, intrépido, idílico, auténtico, armónico, empático, nostálgico, onírico, lúdico, fantástico, (im)púdico, sáfico, filosófico, cósmico o incluso enclítico. Esta última palabra, además de ser ella misma una esdrújula, es como una varita mágica, pues tiene la capacidad de convertir otras palabras (verbos) en esdrújulas cuando adquiere forma de pronombre (haciendo la función de complemento directo o indirecto) y va añadido a un imperativo (un modo verbal por sí mismo poco proclive a favorecer semánticas afectivas). Pienso ahora en imperativos íntimos como llámame, escríbeme, acércate, bésame, desnúdate, cuéntame, abrázame, perdóname. Y es que aunque no lo parezca, la gramática y la fonética pueden favorecer relaciones sintácticas muy poéticas y dar pie así a vínculos muy sólidos, lúcidos, casi místicos.