Constantemente caemos en el error de buscar paraísos en los que encontrar la felicidad, cuando es mucho más práctico intentar ser feliz para así convertir en paraíso el espacio que hay a nuestro alrededor. Ya lo decía el sabio: “Cuando uno es feliz el paraíso está en todas partes”.
Mirándolo bien, es decir con ojo de cerrajero viejo, el
candado de la fotografía está claro que no resiste dos inviernos. Y es que en
el amor, como sucede con muchos electrodomésticos y otros bienes de consumo, parece
que la obsolescencia viene programada.
En los últimos tiempos la vida política española ha
degenerando hasta límites inimaginables. Los líderes de los principales
partidos se encuentran en un callejón sin salida, enrocados en planteamientos
interesados, cortoplacistas e irresponsables. En vez de mirarse a la cara y
buscar soluciones, viven de espaldas unos de otros; como mucho se miran de
refilón y con recelo. En vez de mostrar iniciativas parece que están esperando
a no se sabe muy bien qué, quizás a que un golpe de fortuna, una directriz
europea o un mandato divino ponga remedio y sentido. A nivel regional, o
incluso local, las cosas no están mejor, basta una simple mirada a la
disposición de estos bancos en un pequeño vecindario para constatar lo difícil
que es hoy día iniciar cualquier tipo de diálogo.