En cierta ocasión, en un parque de atracciones cuyo nombre
no quiero recordar, descubrí una atracción con el sugerente y seductor nombre Los Espejos de la
Verdad. El pregonero de la entrada, ataviado con un disfraz de mago Merlín, vendía
el ingenio como la cosa más mágica y más maravillosa jamás vista. Aun sabiendo que
se trataba de un timo, me procuré una entrada con la intención de reírme
un rato de mí mismo, probablemente viendo mi figura deformada por espejos
cóncavos y convexos. Entré en una especie de antesala
a la que daban tres puertas idénticas, que se diferenciaban sólo en el texto del rótulo que lucían: Espejo del Pasado, Espejo del Presente y Espejo del Futuro, respectivamente. Me picó la curiosidad
y la primera puerta que abrí fue la puerta que guardaba el espejo del futuro. Pasé a un pequeño cubículo del tamaño de una cabina telefónica en una de cuyas paredes colgaba un espejo de moldura barroca. En él me vi de
espaldas saliendo de la atracción de feria, no sé con qué ánimo, pues no
alcancé a verme la expresión de la cara. Volví a la antesala y abrí la puerta
que daba al pasado. En este espacio, idéntico al primero, me vi comprando una entrada en la taquilla de Los Espejos de la Verdad y nada más. Por
último, accedí al cubículo en el que estaba el espejo del presente. Aquí el espejo me
devolvía una imagen mía sonriente, con una sonrisa de oreja a oreja. No sabría decir si se trataba de una
expresión de felicidad o de atolondramiento. Esperé un rato para ver si sucedía
algo más, pero nada cambió, en vista de lo cual abandoné el recinto y salí a la vida real. Al pasar a la altura del
falso Merlín me acerqué a él y le comenté que aquel espectáculo de mágico
tenía más bien poco y que me parecía un timo. Él me miró con una mirada
penetrante e impostada y me respondió con una pregunta. - ¿Cómo te has visto en el Espejo del Presente? - Sonriendo como un gilipollas, - aduje, sin ocultar mi
disgusto. - ¿Y aun te quejas? ¡Es todo cuanto necesitas saber! - concluyó ufano y
rotundo el mago frunciendo el ceño. Según me alejaba de aquella atracción de feria la sensación de haber sido víctima de un timo se fue disipando.
lunes, 27 de noviembre de 2017
327. Tiempo
Cruzó a nado los ocho mares; escaló descalzo el monte de
las doce sabidurías; hizo sonar con su flauta de abedul las siete notas que
duermen al monstruo de las tres cabezas; aprendió el idioma de los pájaros que
vuelan libres y también el dialecto de los lagartos verdes; ayunó treinta días
y treinta noches encerrado solo en un bufé libre; descifró el enigma de los
nueve sellos con la última campanada que señalaba el comienzo del nuevo siglo.
Ahora empieza a ser consciente de que ya apenas le queda tiempo para sacarle
partido a tanto conocimiento.
lunes, 13 de noviembre de 2017
326. Blade Runner
Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: tostadoras de
pan incendiarse más allá de los Pirineos, naves de Spantax infringir las
leyes de la física a miles de pies de altura, orinales de porcelana fina que
semejaban soperas estrellarse contra témpanos de hielo, enemigos acérrimos reconciliarse a veintisiete grados bajo cero, a mi padre blasfemar
en alemán sosteniendo una cerveza en una mano y un diccionario en la otra … y todos
esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.
lunes, 6 de noviembre de 2017
325. Lenta mente
Justo cuando llegué al paso de peatones de Porta Faxeira el
semáforo se puso en rojo y en mi mp3 empezó sonar una canción de Lykke Li. De repente todo a mi alrededor comenzó a
ralentizarse, a suceder despacio, muy despacio, como a cámara lenta. En el
edificio de enfrente un abuelete salía a la calle de espaladas o quizás entraba
en el portal. No llegué a averiguarlo. Una mujer tocada con un sombrero de terciopelo
azul se paró delante del anciano y se puso a manipular su smartphone con
inusitada lentitud. A mi derecha, en el borde de la papelera, una abeja removía con
sus patas en un resto viscoso, azul y pegajoso de un helado. En el suelo, entre el
bordillo de la acera y el asfalto, un trozo de salchicha tipo frankfurt con
manchas de kétchup estaba siendo inspeccionado voraz y minuciosamente por un escuadrón
de hormigas. Una joven con una chupa de cuero parecía estar replanteándose la
relación con su novio parada delante de un escaparate. El copiloto del camión
de bomberos que pasaba en ese momento miraba y saludaba a los peatones con un gesto
mitad estúpido, mitad entrañable. Empecé a sospechar que me encontraba fuera de
la vida real, en otra dimensión, dentro de una ficción, una película de David
Lynch o algo así. En eso el semáforo se puso en verde y los peatones de uno y
otro lado nos pusimos en marcha como los figurantes de dos ejércitos de mentira que salen a cámara superlenta a un simulacro de campo de
batalla. En la vida real nadie repara apenas en los demás
peatones, pero ahora el lento discurrir del tiempo me permitía fijarme en
las personas desconocidas, mirarlas a la cara, ver dentro de sus miradas. Todo
me resultaba enigmático, misterioso, amenazador. El hecho de que, una vez dejado
atrás el paso de cebra, me cruzase, primero con una compañera de trabajo, con
un vecino de mi portal, después y por último con mi monitora de yoga y ninguna
de las tres personas me saludase no hizo sino confirmar todas mis sospechas.
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