lunes, 19 de febrero de 2018

340. Sombra bruja


Los habitantes del poniente europeo tenemos una relación muy particular con nuestra sombra. La misma Rosalía de Castro abordó esta idea en algunos de sus poemas. Si queremos dejar nuestra tierra, los gallegos tenemos que hacerlo siempre en día nublado o en torno al mediodía, pues al caer la tarde nuestra sombra alargada parece perseguirnos y le da a  nuestros perfiles apariencia de fugitivos (ya lo dice el refrán: el cobarde, huye de su sombra). Y por mucho empeño que uno ponga en la huida, ningún gallego hasta hoy ha sido capaz de sacudirse su sombra de encima. Es como una especie de fuerza o raíz intangible que nos mantiene, para lo bueno y para lo malo, amarrados a nuestro terruño. Y a aquéllos que sí lograron escapar y ya están lejos, su sombra les señala constante, cariñosa y maternalmente el camino a casa. No sé si esto tendrá algo que ver con algunas supersticiones del rural gallego como “tener o coger la sombra” (ser víctima de un mal de ojo o de un embrujo), o si será por esto que muchos gallegos recelemos de nuestra propia sombra.

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