jueves, 7 de enero de 2021

452. Magos de Oriente

En los Reyes Magos dejé de creer cuando debía de contar no más de cinco o seis años. En realidad no dejé de creer en ellos, lo que me pasó fue que me decepcionaron y me enfadé, y mucho. En el cole había dos hermanos en mi clase muy malos. Se metían con todos los compañeros y abusaban de casi todos nosotros. En aquellos tiempos aun no existía el bullying, el que podía simplemente abusaba de los más débiles y el que no, se fastidiaba. Eran otros tiempos, tiempos en los que la injusticia campaba a sus anchas. La justicia divina tenía un mayor predicado, pero con la justicia terrenal poco o nada se podía hacer contra aquellos dos elementos que te garabateaban los libros, rompían la punta a tus lápices, te estiraban la espiral de tus libretas, te insultaban y menospreciaban en el recreo. Yo estaba convencido de que los Reyes Magos, por ser tan malos (los hermanos, no los Reyes) no iban a traerles regalos a estos dos villanos de patio de colegio. A mí, en cambio, me compensarían los sinsabores, disgustos y frustraciones con un coche a pilas, una bicicleta o con una buena colección de indios y vaqueros de plástico (en aquel entonces estaban de moda Rintintín y El Virginiano). El día señalado no le di demasiada importancia al hecho de no recibir lo que les había pedido, y el primer día de clase del año nuevo me fui todo contento y ufano al cole presumiendo con mi pistola de fulminantes, y con ganas de ver la cara que pondrían los dos hermanos al verme con aquel pedazo de revólver y ellos con las manos vacías. Pero cuál fue mi sorpresa al comprobar que a ellos los Reyes les habían traído un parchís, unas carteras nuevas, unos jerséis de rombos, unos botines de la marca Gorila, colecciones de tapa dura de tebeos de Zipi y Zape, Rompetechos y Mortadelo y Filemón, y yo qué sé, qué más… No recuerdo haber llorado, pero el disgusto y el enfado que agarré fueron de órdago. La pistola, al llegar a casa la puse encima de la mesa de la cocina y ya no quise saber más nada de ella. Como estaba nueva, mis padres la guardaron y al año siguiente me la volverían a regalar junto con un par de calcetines hechos a calceta por mi madre. Nunca recibí una explicación por parte de los Magos de Oriente. Con el petróleo que tienen por allí, pienso aún hoy, y con todos los dineros que eso genera ya podían haber sido un poco más espléndidos y justos. Y a día de hoy ahí siguen, con su santa pachorra, dejados y apáticos. Les ha salido competencia, pienso que desleal, por parte de ese monigote de la Coca Cola, que se hace llamar Papá Noel, que les está comiendo el terreno y ellos tan panchos, como si nada. Aparecen el cinco de enero lanzando caramelos de marca blanca al aire cuando los niños ya están empachados y desganados después de todo el sarao que se monta en los hogares españoles a partir del sorteo de lotería de Navidad. Y por si esto fuera poco, somos legión los que tenemos que echarle un cable a estos Magos colaborando de manera desinteresada con organizaciones locales comprándole regalos a niños de familias sin recursos, para que estos pobres inocentes no se queden sin regalo de Reyes. Que quede claro que no colaboro con estas organizaciones por lavarle la cara a los Reyes Magos. Lo hago por los niños, que son unos benditos y en los que sí creo y confío.

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