
Como viene siendo habitual en los últimos años, en esta
fecha para mí cada vez más señalada, quiero dedicar la entrada de hoy, 8 de
marzo, a las mujeres luchadoras. A todas esas mujeres que tienen un alto
concepto de la justicia y un corazón a prueba de chantajes. Mujeres osadas, heroínas
de historias propias y ajenas. Mujeres libres y rebeldes, a las que la vida (y
a veces también ellas mismas) les pone muchas piedras en el camino. Mujeres que
caen y se levantan, dolidas sí, pero más fuertes, y que cuanto más estrepitosa
es su caída, mayor es la dignidad con la que se yerguen. Mujeres con el
alma llena de cicatrices, pero que ni con esas pierden ni la ternura en su
mirada ni la luz en su sonrisa. Mujeres muchas veces sin grandes currículums
académicos, pero que podrían impartir un máster de inteligencia emocional al
más leído de los filósofos. Mujeres que saben lo que quieren y luchan por ello
con ahínco, si es preciso con uñas y dientes (y no es una forma de hablar). Y mujeres
también que por mucho que se lo merezcan, pocas veces, o nunca, consiguen todo lo
que anhelan. No obstante y a pesar de todo siguen intentándolo, pues saben que en
eso consiste (o debería de consistir) en definitiva la vida: en ir en procura de
tus sueños, aunque revientes en el intento.
Va, pues, por todas esas mujeres luchadoras, valientes e
insumisas, y de manera muy especial por ti, Patri.