Con esta interminable pandemia la infeliz circunstancia de tener que usar mascarilla conlleva la feliz necesidad de tener que mirarnos a los ojos y uno a veces se encuentra con miradas que parecen salidas de un relato de Las mil y una noches. Relatos narrados por una Sherezade cuya voz contiene todo el brillo de los horizontes que oteaba Simbad el Marino o el que refulge al mediodía en las cúpulas doradas de Samarcanda. Son en cierto modo miradas en cinemascope, que a uno lo hacen retrotraerse a aquellas primeras sesiones de los cines de verano, los particulares Cinemas Paradiso de nuestra infancia, donde en la oscuridad del patio de butacas descubrimos la magia del cine en películas con maravillosas bandas sonoras de Ennio Morricone, en las que uno se sentía enseguida compañero de aventuras de un protagonista que parecía haber sido creado por la pluma de Hugo Pratt y se sentía el destinatario exclusivo de las miradas de una Claudia Cardinale, cuyos ojos eran capaces de expresar a la vez tristeza, deseo y misterio.