lunes, 22 de abril de 2013

160. Flores

La semana pasada, en contra de lo que cabría esperar, una teleoperadora de la empresa de telefonía móvil con la que tengo contratado mi teléfono me solucionó un problema de manera rápida y eficiente y, además, me alegró la mañana. Mas no quiero dar aquí el nombre de la empresa para no hacer publicidad, en su conjunto posiblemente inmerecida, pues se trató de una segunda llamada y en la primera una chica torpe e inexperta no sólo no supo solucionarme el problema, sino que con su absoluta incompetencia casi consigue sacarme de quicio. Colgué e inmediatamente hice un segundo intento probando suerte en otro departamento (no recuerdo cuál), donde me atendió una chica con voz suave y risa dulce (al final de la llamada le provoqué un par de risas que sonaron tan sinceras y agradecidas como mis piropos). Y eso que empecé la segunda conversación telefónica tenso y mentalmente preparado para quejarme como es debido, mas según fui comprobando que Graciela, que así se llamaba la teleoperadora, no sólo entendía el problema, sino que también estaba dispuesta (y autorizada) a encontrar una solución (como así fue), mi tono de voz se fue relajando, volviendo suave y, al final, casi diría que zalamero. Y es que al igual que pienso que se deben criticar todas las incompetencias de manera amable y contundente, también creo que se debe agradecer, loar y premiar el saber hacer y estar con unas flores, ya sean naturales o verbales.
Por cierto, lo que hizo esta teleoperadora fue proteger mi móvil contra conexiones involuntarias a internet y reembolsarme en la próxima factura los 12 euros que me habían cargado injustamente por ese concepto.

159. Espíritu nacional

Las tertulias de algunas cadenas de televisión privadas provocan verdadero pavor. Es verdad que son cadenas con una audiencia limitada (o eso creo), pero también es cierto que cada vez se escuchan con mayor frecuencia los ecos de estos programas en los escenarios más insospechados: en el lugar de trabajo, en la cafetería de toda la vida, en la cola del cine, en la sala de espera del centro médico. Algunos personajes que acuden a estas tertulias para comentar la vida política del país echan mano de tales argumentos cuando ensalzan el espíritu nacional, cuando desarrollan toda índole de teorías conspirativas o cuando despotrican en contra de homosexuales, de intelectuales de izquierdas, de las feministas o de los inmigrantes, que si en una de esas mesas redondas participase el mismísimo Goebbels, éste creo que  pasaría totalmente desapercibido. Y es que con la crisis, España económicamente hablando ha retrocedido seis o siete lustros, pero espiritualmente está volviendo a los tiempos de la Santa Inquisición.

jueves, 11 de abril de 2013

158. Palabrotas

Hasta no hace mucho me pasaba las tardes jugando y corriendo por el prado con mis amigos y amigas de la granja. Por la noche dormíamos a resguardo del frío, de la lluvia y del viento; me encantaba oír las gotas de lluvia golpeando en el tejado de la cuadra mientras yo me arremolinaba calentita al lado de mi mamá. Entonces los días amanecían soleados, el desayuno era abundante y sabroso, y las tardes largas y divertidas. El amo estaba siempre de buen humor y cuando venía por el prado me acariciaba la espalda y me daba palmadas en las nalgas. Cuando mi mamá estuvo malita venía a verla varias veces al día y una vez vino acompañado de un señor que vestía una gabardina blanca y tenía cristales en los ojos y después mamá se puso buena muy pronto. Pero de un tiempo a esta parte el amo está siempre de mal humor y un par de tardes incluso se olvidó de traernos la merienda. El último temporal levantó el tejado de la cuadra y ahora llueve dentro, pero el amo no lo ha reparado y muchas noches mamá tiene que echarse encima de un charco. A veces tengo la sensación de que mamá me mira con cara triste, como si estuviese preocupada por algo, pero nunca me dice nada. Ahora el amo habla a gritos con todo el mundo, con la ama, con los niños, con los animales, y grita todo el rato palabrotas feas como euro, ministro, cuota láctea, impuesto, rajoy, caixagalicia, puta, gasoil, ruina, feijoo, pienso, beca, merquel y otras muchas. Esta mañana me despertó muy temprano y me hizo subir a un camión, muy enfadado y a empujones, y en vez de caricias me hizo daño. Ahora está allí al fondo, discutiendo con aquel señor que da a la cabeza y ha vuelto a gritar palabrotas, -euro, caixa, feijoo, pienso, ruina-. No sé lo que está pasando, pero tengo miedo y me están entrando ganas de llorar.

domingo, 7 de abril de 2013

157. Códigos

Hace años, en un pueblecito de la provincia de León por el que trascurre la ruta Jacobea, un viejecito con aspecto de duende (y sastre jubilado, para más señas) me contó que él había aprendido muchos idiomas hablando con los miles de peregrinos que durante años y años se habían detenido a beber en la fuente que hay al lado e de su casa. Afirmaba el anciano saber decir ‘hola’, ‘adiós’ o ‘buen camino’ en no recuerdo cuantos idiomas diferentes, y tenía también muchas teorías lingüísticas como, por ejemplo, que el brasilero era como el español, pero con muchas ‘h’ intercaladas. La afirmación no me pareció de mucho rigor científico, pero, en cambio, sí de gran contenido poético. - Y es que, ha veces, el mensaje no hestá en el texto, ni en el contexto tampoco, sino en el código mismo, como es el caso de hesta fotografía, donde el mensaje reside sobre todo en el código que ha de hutilizarse para interpretar la himagen, es decir, en la mirada distorsionada (e interesada) del fotógrafo, ese sujeto siempre dispuesto a, unas veces, levantar testimonio de lo que pasa, pero otras muchas, empeñado en reinterpretar su hentorno, en buscar la belleza oculta en lo cotidiano, en captar la poesía que hencierran las cosas del mundo que le rodea. ¿O hacaso no es hasí?

156. fotohaiku nº 19














con luna llena
mucho herrero enclenque
se cree orfebre

jueves, 4 de abril de 2013

155. Hospital

Dentro de un hospital el tiempo discurre de un modo muy diferente a como lo hace en el mundo exterior, unas veces fluye desesperadamente lento, otras frenético, como una piedra en caída libre; unas veces el tiempo avanza de forma lineal, con un orden lógico, otras dibuja bucles, va hacia delante y hacia atrás, como si las horas fuesen piezas de un puzzle que no quiere estarse quieto. Es un discurrir ficticio, literario del tiempo, pues en las habitaciones, salas, quirófanos, pasillos y demás dependencias del centro clínico suelen tener lugar relatos poéticos, trágicos y dramáticos; historias fantásticas, cómicas o de ciencia ficción; thrillers y roadmovies desestructuradas, viajes de ida y vuelta entre la lucidez y el delirio, durante los cuales uno puede alimentar sus miedos reviviendo viejas pesadillas que creía superadas, puede recuperar recuerdos que creía olvidados o resucitar sueños que ya había dado por perdidos. Todo ello, por supuesto, también es posible en el mundo real, pero dentro de un hospital todo es mucho más intenso, confuso, disparatado y alucinante: por la mañana uno puede sentirse protagonista de un relato de Juan José Millás; a la hora del almuerzo puede protagonizar un cuento de Charles Bukowsky, por la tarde, uno de Woody Allen y, por la noche, ser víctima del genio literario de Julio Cortázar.