Harto
de asistir impotente e indignado a la bochornosa parada de políticos, banqueros
y empresarios corruptos paseándose impunemente por los juzgados como peces
(tiburones) en el agua, hace dos años decidí corromperme yo también. Por
eso de un tiempo a esta parte por los alrededores de mi casa merodean unos
extraños personajes que se dedican a cobrar facturas impagadas a los morosos.
Primero apareció un señor de frac que me acosaba a todas horas con su maletín,
hasta que un día se dio por vencido. Luego vino durante unas semanas un
cobrador vestido de torero que se moría de vergüenza y tampoco tuvo éxito.
Después le tocó el turno a un licenciado en derecho disfrazado del pato Donald,
pero nada, y unas semanas más tarde a un payaso, muy buena gente, del que acabé haciéndome amigo
y que incluso me invitó un par de veces a cenar en una marisquería de la zona y a
unas copas en un bar de alterne. Todo este tiempo, claro, mis deudas no han
parado de crecer y los cobradores cada vez tienen un aspecto más intimidador,
son auténticos armarios y no atienden a razones. Yo empiezo a tener miedo, pero
mi asesor financiero me aconseja que resista, que ya falta poco, que en
cuanto mi deuda alcance los diez millones de euros ya no me pasará nada y lo
más seguro es que acaben dándome un puesto en el consejo de administración de
alguna multinacional del sector energético o de las telecomunicaciones. Y en
eso estamos.
El paisaje de
la foto tiene un cierto parecido con Cortina d’Ampezzo, Garmisch Partenkirchen
o St. Moritz, mas no es el caso. No se trata de ningún paisaje alpino, sino de
una pequeña duna de la playa del Ancoradoiro (Muros - A Coruña), fotografiada la pasada primavera. Un fin de semana de enero, en
plena temporada de esquí, me acerqué de nuevo hasta esa duna con la esperanza de
encontrar un paisaje salpicado de esquiadores, niños y domingueros varios
disfrutando de la nieve, pero, para mi sorpresa y disgusto, lo que me encontré fue una urbanización de
castillos de arena, a cuál más feo. Es frustrante, estamos aun pagando las
graves consecuencias del estallido de una burbuja inmobiliaria y parece que ya
comienza a inflarse otra.
La maestría
con la que pintaba los bisontes y los ciervos en las paredes de la caverna
provocó la admiración de los suyos, lo consideraban un experto conocedor de
esos bichos y también del arte de la caza. Así fue que en la siguiente
primavera le pidieron que acompañase a los cazadores en la primera salida. La
vanidad pudo más que su cojera y el pintor aceptó ufano. Tras dos días de
agotadoras caminatas se toparon con una manada de bisontes pastando
apaciblemente en el claro de un bosque. Un macho se apartó del grupo y salió
como un rayo a defender su territorio. El que peor suerte corrió fue el pintor.
Su pérdida causó una gran conmoción en la tribu.