martes, 23 de febrero de 2021

456. Una obra de arte

A veces, por esos caprichos que a veces tiene el azar, se alinean distintos acontecimientos capaces de desencadenar una secuencia de emociones en la mente de un artista que acaban cristalizando en una obra de arte.

En este caso se trató de un inusual retraso en el desmontaje de la parafernalia navideña.

La presencia de una dolencia que suele aparecer una o dos veces al año, nada grave, pero por momentos bastante molesta.

Un proceso electoral en Cataluña.

Una saturación de mensajes en el grupo de Whatsapp J’aime l’art, cuya foto de perfil es una cabeza del David de Miguel Ángel inflando un globo de chicle color rosa.

La idea del espejo en el arte, un asunto profundamente debatido en los últimos chats del grupo J’aime l’art, así como en las sesiones críticas de la asociación Fotoforum.

El reto planteado en el fotoforum de enero, a saber, hacer una fotografía con el color que menos nos agrade. Puesto que me gustan todos los colores, no opté por un color en concreto, sino por una gama con la que suelo tener alguna dificultad. Me cuesta mucho distinguir entre lilas, morados, púrpuras, violetas, malvas, fuscias y similares. En cualquier caso, el tono elegido está muy próximo al rojo, con la intención de resaltar el dolor y el dramatismo de las emociones objeto de análisis.

Por último, y para contextualizar la obra en su momento histórico, hay una referencia velada a la situación que estamos viviendo, en la que es muy fácil caer en el desánimo. Pero muchas veces, si nos observamos bien y nos paramos a pensar un poco, notaremos un cierto alivio al comprobar que siempre hay alguien que está mucho peor que nosotros.

Para titular la obra, como primera opción había pensado en “dadá noel”, pero tras plantearme seriamente la posibilidad de empezar a mover esta creación por el mercado anglosajón, he decidido titularla “the dark side of the clown”, en una clara referencia a uno de los mejores trabajos del grupo Pink Floyd.

Esta obra arte habría que enmarcarla en una suerte de conceptualismo descreído. Es una obra de arte en toda regla, porque, y sin que sirva de precedente, así lo afirma su autor.

martes, 16 de febrero de 2021

455. Recuerdos sin datar

Dicen que los poemas siempre se escriben para alguien (y, según Machado, sólo se escribe sobre lo que se ha perdido, pero eso ahora quizás no venga muy a cuento). Hay poemas que uno escribe cuando tiene, ya no recuerda muy bien, 18, 23 o quizás 31 años, sin saber muy bien por qué ni para quién. Pero ahí están, olvidados en algún cajón sin memoria, mezclados con alguna foto, tarjeta postal o recorte de periódico. Pero un día, cumplidos los 47 años, quizás 50 o 52, los poemas aparecen, así de repente, y adquieren un sentido posiblemente distinto al que tenían cuando fueron escritos. Un sinfín de recuerdos empiezan a cobrar vida: el eco lejano de una canción que viene a llenar el presente de nostalgia; el tren equivocado al que te subiste demasiado apresurado; una confesión que te hizo saltar de alegría; aquella invitación que rechazaste; la llamada que no devolviste y aquella otra que tardaste más de 30 años en hacer; aquel pulso que perdiste cuando llevabas todas las de ganar, y nunca supiste a qué fue debido; el daño que hiciste sin querer, o sin saber; todo lo que diste, sin pedir nada a cambio; aquella negativa que aceptaste sin más; esas personas a las que diste un papel importante en tu historia y cayeron tan pronto en el olvido; y aquellas otras, que parecían no estar ahí, que casi ignoraste, pero el tiempo les otorgó un papel relevante en tu vida; y esa infancia perdida, perdida, pero que nunca te olvida. Y de golpe caes en la cuenta de que lo que más duele no son las pérdidas, sino las decepciones. Pero todas estas evocaciones que emanan de esos poemas han pasado por la batidora de la historia, de tu historia, en minúscula, y en ésta ya no importa el lugar, el día, o cómo se sucedieron los acontecimientos o se escribieron esos versos. Aquí la biografía, tu Biografía, en mayúsculas, se lee como Rayuela de Cortázar, de cualquier manera, sin importar el orden de los capítulos. A estas alturas sólo importa la emoción que perdura, el sentimiento, posiblemente transformado y sublimado. Porque la memoria es selectiva, dicen, y muy puñetera, pero también comprensiva e indulgente.

sábado, 13 de febrero de 2021

454. Carpe diem

Va a cumplirse un año desde que vino a visitarnos el coronavirus y ahí sigue, como un comensal no deseado con el que no sabemos cómo hacer para que se vaya. Ha cambiado nuestras vidas, y de qué manera. La situación se está alargando demasiado y cada uno la lleva lo mejor que puede. Unos mejor, otros peor, y algunos (muchos) ni una cosa ni otra, pues la voracidad del virus se los ha llevado por delante. En un extremo están los que no quieren darle importancia a lo que está pasando y se escudan en teorías conspiranoicas. En el otro extremo están los hipocondríacos que, temerosos de la llegada del fin del mundo, viven encerrados en un búnker físico y mental y rehúyen todo contacto con sus congéneres. Pero tanto unos como otros, en mayor o menor medida, empezamos a estar cansados, hastiados, tocados de los nervios. A los que ya tenemos una cierta edad nos reconforta pensar que antes del confinamiento ya hemos vivido, viajado y disfrutado lo nuestro y que ningún virus nos va a quitar lo bailado. Los más jóvenes, en cambio, confían en su salud y están todavía en esa edad en que uno se cree inmortal, una actitud que les permite mirar al futuro con cierto optimismo. Sé que sentirse inmortal, en el fondo no es otra cosa que no tenerle miedo a la muerte y eso con frecuencia lleva a conductas temerarias. ¿Pero quién de nosotros, confiando en exceso en el factor suerte, no ha cometido alguna vez una temeridad, y la sigue cometiendo (aunque sea cada vez menos y con los riesgos más controlados)? Circular en un coche de segunda mano a 120 km/h por una autopista, ¿no es acaso una temeridad? ¿O comerse un pollo de granja, trabajar a las órdenes de una persona tóxica e incompetente, entrar en un quirófano para hacerse una liposucción, facilitar los datos de tu tarjeta de crédito a un portal de internet, saltar desde un puente colgado de una soga atada a los pies, mantener relaciones sexuales con una persona de la que desconoces el historial médico, cambiar de servidor de telefonía móvil, firmar un crédito con un banco, meter una papeleta en una urna (da igual qué papeleta y en qué urna)? Hoy día casi todo lo que hacemos entraña algún riesgo o peligro y ser temerarios se ha convertido casi en una necesidad. En optimismo y temeridad los jóvenes nos llevan ventaja, sino véase esta imagen. Al fondo se vislumbra un panorama difuso, convulso, amenazador, pero la pareja está a lo suyo, como si el futuro no fuese con ellos o no existiese, vive el momento. Me parece una actitud muy positiva, digna de ser imitada. Es preciso vivir el presente (carpe diem, que en latín el argumento tiene más enjundia). Y si no nos gusta como es, pues reinventémoslo, echándole coraje, humor y fantasía. Ya lo decían Les Luthiers: “No te tomes la vida en serio, al fin y al cabo no saldrás vivo de ella”.

miércoles, 10 de febrero de 2021

409. Abismo

El gran ventanal de la sala de estar se abre a un océano Atlántico enorme y poderoso, teñido todo de verde y plomo. Me asomo a la cristalera removiendo un capuccino de 50 céntimos con una cucharita de plástico. Cuando voy a darle el primer trago me entra un nuevo WhatsApp en un chat entrañable que vengo manteniendo desde hace un cuarto de hora: C’est le grand abîme du silence, le grand iconnu. Il n’y a rien a faire. Inmediatamente mi imagicación sitúa ese abismo al otro lado del horizonte atlántico. Un abismo frío y oscuro, devorador de memorias frágiles, incompletas y apagadas. Mas de repente un ajetreo de ruidos y voces a mis espalades me rescata de mis ensoñaciones y me vuelvo para ver qué pasa. Al ver correr una enfermera por el pasillo comprendo que el abismo no está en el horizonte marino, sino en la habitación 304 de aquel hospital.

453. Malas influencias

No hace mucho tiempo cayó en mis manos una de las notas más bonitas que jamás me habían dedicado.Tan bonita y gratificante o más que aquella otra que decía: "los resultados de la biopsia no muestran nada por lo que debas preocuparte". En este caso rezaba: "me encanta ser esa mala influencia que se dedica a hacerte feliz”. Desde entonces, cada vez que veo una cámara fotográfica no pueo evitar pensar en ella.