Todo ser humano, en mayor o menor medida, es un ser creativo,
siente un impulso vital de crear y expresar. Esa necesidad de expresar
sentimientos, emociones, experiencias siempre ha estado ahí, ya la conocía el
hombre de las cavernas. A un niño le das unos lápices de colores y un trozo de
papel y en seguida se pone a hacer garabatos. Al principio son formas amorfas. Luego,
con el paso del tiempo, las formas y garabatos se van definiendo y se van
distinguiendo los objetos. Se distingue una casa de un árbol, una persona de un
animal. En una fase posterior ya entra en juego el alfabeto y habrá que distinguir
entre letras y palabras e imágenes. Y llegado el momento cada individuo tendrá que elegir entre, por ejemplo,
pintura y poesía, o entre fotografía y relato. Tendrá que elegir su camino, su
lenguaje. Tendrá que encontrar ese punto de intersección en el que se cruzan la vocación y el talento. Unos lo encuentran enseguida, otros tardan más, y algunos, los más
torpes o desafortunados, no lo encuentran nunca. Un servidor, sin ir más lejos,
ha estado dando palos de ciego durante muchos años, perdido, dudando mucho,
caminando con frecuencia en varias direcciones a la vez. Intenté escribir,
intenté pintar, dibujar; probé a combinar las dos cosas e hice mis incursiones,
con escasa convicción y menor éxito (léase satisfacción personal) en el mundo
del cómic. Pero desde que llegué a la fotografía, primero, y al relato corto
después, creo haber encontrado mi espacio en las relatografías. No sé si será el espacio definitivo, pero de momento ahí sigo desde hace ya algún tiempo, con la
misma ilusión y el mismo entusiasmo del primer día. En las relatografías puedo dar
rienda suelta a todo lo que me inquieta, emociona, seduce, ocupa y preocupa
(tocamientos mentales, lo llamarían algunos). Combinando fotografía y textos puedo
expresarme; puedo, como muy bien define algún maestro, escribir con luz. Y puedo
también dibujar y pintar con palabras. Puedo, en fin, ser yo; o al menos alguien
que se le parece mucho.
miércoles, 22 de mayo de 2019
martes, 21 de mayo de 2019
379. Va de baile (autobiografía en cien pasos, perdón, palabras)
Los primeros pasos fueron difíciles, pero el terreno
irregular en las verbenas ayudó a disimular. Luego, la penumbra de las
discotecas cumplió su función. Más tarde llegarían las indigestiones de merengue y salsa. Como colofón, una noche en Berlín descubrí que sabía bailar polka.
Hoy, que me falta cintura ya para tantas cosas, prefiero ver los toros desde la
barrera. Guardo un recuerdo entrañable de aquella joven pareja de enamorados bailando
a la primera luz del día en el malecón de la Habana o de estos dos veteranos
que parecen llevar toda la vida ensayando para protagonizar este momento
irrepetible.
fotografía: colectivo Área3 Photo https://area3photo.blogspot.com/
fotografía: colectivo Área3 Photo https://area3photo.blogspot.com/
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