He aquí
una playa urbana a una temprana hora de la mañana, a esa hora mágica
en la que algunos espíritus madrugadores coinciden con algunas almas
trasnochadoras y ambos se observan mutuamente con una mezcla de extrañeza y
envidia; a esa hora en la que los primeros bañistas acuden a hacer
sus abluciones en honor del dios Neptuno y los dueños de perros
cumplen con su deber para con sus fieles mascotas al tiempo que
aprovechan para estirar un poco las piernas; hora también en la que
algunos jubilados con una barra de pan recién horneado en una mano y
el periódico debajo el brazo, dan un rodeo por el paseo marítimo
antes de volver a casa para poder deleitarse con los primeros rayos
de sol reflejados en la superficie del agua y también con las
anatomías de las jóvenes féminas que practican running
embutidas en trajes muy ceñidos y fluorescentes. Una estampa idílica
que bien podría servir para ilustrar un prospecto promocional de un
lugar de vacaciones, pues el mar que vemos en la foto es el
Mediterráneo. El mismo mar Mediterráneo que, dicho sea de paso,
engulle a cientos, qué digo, miles de ciudadanos africanos que huyen
desesperadamente de guerras, tortura, hambre, epidemias, y en su
desesperación se suben a unas embarcaciones que ofrecen muy escasas
posibilidades de llegar a buen puerto. Desde este lado del
Mediterráneo a esos individuos los vemos como a intrusos, insolentes
y descarados, que vienen a robarnos lo que es nuestro. Los vemos como
una masa de gente anónima, amorfa e insignificante que ni sufre ni
padece, y que como una marabunta de lemmings que por alguna extraña razón
se lanza al agua en una especie de suicidio colectivo. Y lo único que
nos preocupa es que no consigan alcanzar la otra orilla (la nuestra),
pues todavía no he escuchado de ningún dirigente europeo ni una
sola propuesta inteligente para solucionar el problema desde un punto
de vista humano. Sólo aportan soluciones de urgencia para que estos
indeseables no entren en nuestro redil, e intentan justificar su
escasa talla política y su falta de solidaridad hablando de mafias, efecto llamada, terrorismo islamista o
exiliados económicos. Visto lo visto, no me sorprendería que
también este problema lo intentaran solucionar aplicando sus
conocidas políticas de austeridad.
miércoles, 29 de abril de 2015
lunes, 20 de abril de 2015
243. Besos
Algunos
besos son besos castos, superficiales, de compromiso, besos de
bienvenida, de buenos días, buenas noches; besos sintéticos que
suelen ser un fin en sí mismos y con frecuencia son besos
prescindibles, o no. Son besos que saben a menta, a cacahuete, a
fresa, o a nada; besos que son como un jacuzzi para tu conciencia;
besos piquito, de
colibrí o paloma torcaz.
Otros besos, en cambio, son besos más bien analíticos, que con frecuencia son un toque de distinción, una declaración de amor o, cuando menos, de intenciones. Estos besos suelen ir al grano, o a la peca; a veces parecen insignificantes, pero pueden llegar a ser besos trascendentales, redentores. Son éstos besos de sirena, esdrújulos, clásicos, fantásticos, que fertilizan ilusiones y perfilan horizontes. Mas también los hay que son definitivos, besos epílogo, besos de adiós, de hasta siempre o nunca más; y casi siempre son besos melancólicos, antológicos, que saben a coco, pino o musgo y caracol.
Después están los besos de tornillo, con lengua, sin lengua o incluso bilingües; besos apnea o de yegua purasangre. Son casi siempre besos soñados, inesperados, puede que prohibidos, que te pueden quitar el hipo, los complejos e incluso el sentido; besos con los que jamás contabas, besos con frecuencia caprichosos, que van y vienen, y en el camino pueden volverse lúcidos, patológicamente apoteósicos.
Unos besos son merecidos y otros no, unas veces regalados, otras robados por ladrones de guante blanco o cleptómanas de falda corta; en todo caso son besos poéticos, aunque a veces también dramáticos o patéticos; y tanto si son medrosos como si son atrevidos siempre son besos estupendos, inolvidables, que, para bien o para mal, dejan marcas invisibles; son besos que a la vez te diseccionan y recomponen el alma, y saben a absenta, a canela y mar; a maracuyá, sexo y trufa o simplemente a sorbete de limón.
Y también hay besos de verdad y besos de mentira, y estos últimos son besos falsamente sonoros o hipócritamente silenciosos, besos insensibles, que no son lo que parecen, besos de Judas, de vampiro, de verdugo o de político en período electoral; son besos trampa, besos lapa, besos sapo o besos bomba, que hieren como cuchillos y que en el mejor de los casos son besos clamorosamente frívolos, cursis, empalagosos, también llamados besos fregona, que saben a lo que saben o a huevo podrido, amoniaco o pedo de tiburón.
Y el de la imagen, ¿a qué tipo de beso pertenece? A saber, dependerá de si el sujeto que lo etiqueta lo da o lo recibe, de si lo etiqueta la bella o la bestia, o de si lo etiqueta por la mañana o por la noche, en otoño o en primavera, comido o en ayunas y, cómo no, también de sus respectivos estados civil y/o de ánimo.
sábado, 11 de abril de 2015
242. In dubio pro reo
Las
razones más esgrimidas a la hora de justificar nuestra insolidaridad
ante estampas como la de la foto suelen ser del tipo: “esta gente
trabaja para las mafias extranjeras”, “ve tú a saber si detrás
del disfraz de anciana no se esconde una persona joven y sana”,
“dándoles dinero a esa gente estás fomentando ese tipo de
negocio”. Pero a lo mejor no estaría de más que de vez en cuando
aplicásemos el hoy día tan manido (sobre todo por los políticos
corruptos) principio jurídico de in
dubio pro reo y dejásemos
unas moneditas, por si acaso se tratase realmente de una anciana (da
igual de qué nacionalidad) que no tiene ni para comprarse una barra
de pan. Tengo que reconocer que he colgado esta foto en mi blog no
sólo para denunciar (hipócritamente) estos casos de injusticia
social, sino muy probablemente también para asear un poco mi
conciencia. Pero, esto último me temo que no lo he conseguido del
todo.
martes, 7 de abril de 2015
241. Aeropuertos
Por su
arquitectura, los aeropuertos en general son edificaciones más bien frías,
impersonales, casi diría inhumanas; y desde un punto de vista estético tienen
mucho en común con los centros comerciales. De hecho, uno a veces
tiene la sensación de que las compañías aéreas a lo que se dedican es a conectar a todos los centros comerciales del mundo entre sí,
trasladando clientes de un lado a otro. En ambos lugares predominan las superficies brillantes y luminosas, las
líneas claras y racionales, el cristal y el acero, los espacios
amplios (uno no acaba de entender por qué construyen los techos de
los aeropuertos tan altos, con lo que eso debe costar en
calefacción), y a ambos los caracteriza una especie de asepsia hospitalaria que se repite en
la mayoría de los aeropuertos del mundo occidental. No obstante, hay
una diferencia fundamental entre un aeropuerto y un centro comercial
y es que los primeros son lugares que a pesar de toda su asepsia e
impersonalidad están impregnados de emoción, fruto de las
innumerables experiencias intensas vividas por miles de pasajeros en
estos espacios. Quien haya viajado un poco por los cielos del mundo seguramente guardará en su memoria
momentos inolvidables vividos en alguna terminal de aeropuerto.
¡Cuántos reencuentros largamente anhelados se han producido en
las terminales de llegada, cuántas despedidas dolorosas en las de
salida, cuántas lágrimas de felicidad o de pena se han vertido
ante las puertas de embarque, en las terrazas de los miradores o en
los controles de aduana! Y sin
contar las situaciones especialmente trágicas, como los momentos
dramáticos vividos por los familiares y amigos de los pasajeros que
iban a bordo del avión de Spanair con destino a Gran Canaria en agosto del 2008, o del Airbus 320 de Germanwings que se estrelló, mejor
dicho, estrellaron el mes pasado en los Alpes, por citar sólo dos de los aeropuertos, Madrid-Barajas y Prat en Barcelona, que un servidor más veces ha frecuentado. Todas esas vivencias, para bien o para mal, distinguen
a los aeropuertos con una especie de magnitud
de la que carecen por completo los centros comerciales.
domingo, 5 de abril de 2015
240. Paciencia
Un
conocido proverbio chino dice que si
te sientas a la puerta de tu casa verás el cadáver de tu enemigo
pasar. Aunque a mi
entender (y sentir) es un proverbio un tanto macabro, la filosofía
de fondo sí me parece interesante, pues sabido es que la paciencia es una
de las grandes virtudes del ser humano, nada más y nada menos que
uno de los tres pilares sobre los que se asienta la sabiduría de
Siddhartha. Así es que para quien sabe esperar nunca llega tarde la
primavera.
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