lunes, 27 de noviembre de 2017

328. Los Espejos de la Verdad

En cierta ocasión, en un parque de atracciones cuyo nombre no quiero recordar, descubrí una atracción con el sugerente y seductor nombre Los Espejos de la Verdad. El pregonero de la entrada, ataviado con un disfraz de mago Merlín, vendía el ingenio como la cosa más mágica y más maravillosa jamás vista. Aun sabiendo que se trataba de un timo, me procuré una entrada con la intención de reírme un rato de mí mismo, probablemente viendo mi figura deformada por espejos cóncavos y convexos. Entré en una especie de antesala a la que daban tres puertas idénticas, que se diferenciaban sólo en el texto del rótulo que lucían: Espejo del Pasado, Espejo del Presente y Espejo del Futuro, respectivamente. Me picó la curiosidad y la primera puerta que abrí fue la puerta que guardaba el espejo del futuro. Pasé a un pequeño cubículo del tamaño de una cabina telefónica en una de cuyas paredes colgaba un espejo de moldura barroca. En él me vi de espaldas saliendo de la atracción de feria, no sé con qué ánimo, pues no alcancé a verme la expresión de la cara. Volví a la antesala y abrí la puerta que daba al pasado. En este espacio, idéntico al primero, me vi comprando una entrada en la taquilla de Los Espejos de la Verdad y nada más. Por último, accedí al cubículo en el que estaba el espejo del presente. Aquí el espejo me devolvía una imagen mía sonriente, con una sonrisa de oreja a oreja. No sabría decir si se trataba de una expresión de felicidad o de atolondramiento. Esperé un rato para ver si sucedía algo más, pero nada cambió, en vista de lo cual abandoné el recinto y salí a la vida real. Al pasar a la altura del falso Merlín me acerqué a él y le comenté que aquel espectáculo de mágico tenía más bien poco y que me parecía un timo. Él me miró con una mirada penetrante e impostada y me respondió con una pregunta. - ¿Cómo te has visto en el Espejo del Presente? - Sonriendo como un gilipollas, - aduje, sin ocultar mi disgusto. - ¿Y aun te quejas? ¡Es todo cuanto necesitas saber! - concluyó ufano y rotundo el mago frunciendo el ceño. Según me alejaba de aquella atracción de feria la sensación de haber sido víctima de un timo se fue disipando.

327. Tiempo

Cruzó a nado los ocho mares; escaló descalzo el monte de las doce sabidurías; hizo sonar con su flauta de abedul las siete notas que duermen al monstruo de las tres cabezas; aprendió el idioma de los pájaros que vuelan libres y también el dialecto de los lagartos verdes; ayunó treinta días y treinta noches encerrado solo en un bufé libre; descifró el enigma de los nueve sellos con la última campanada que señalaba el comienzo del nuevo siglo. Ahora empieza a ser consciente de que ya apenas le queda tiempo para sacarle partido a tanto conocimiento.

lunes, 13 de noviembre de 2017

326. Blade Runner

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: tostadoras de pan incendiarse más allá de los Pirineos, naves de Spantax infringir las leyes de la física a miles de pies de altura, orinales de porcelana fina que semejaban soperas estrellarse contra témpanos de hielo, enemigos acérrimos reconciliarse a veintisiete grados bajo cero, a mi padre blasfemar en alemán sosteniendo una cerveza en una mano y un diccionario en la otra … y todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.


lunes, 6 de noviembre de 2017

325. Lenta mente

Justo cuando llegué al paso de peatones de Porta Faxeira el semáforo se puso en rojo y en mi mp3 empezó sonar una canción de Lykke Li. De repente todo a mi alrededor comenzó a ralentizarse, a suceder despacio, muy despacio, como a cámara lenta. En el edificio de enfrente un abuelete salía a la calle de espaladas o quizás entraba en el portal. No llegué a averiguarlo. Una mujer tocada con un sombrero de terciopelo azul se paró delante del anciano y se puso a manipular su smartphone con inusitada lentitud. A mi derecha, en el borde de la papelera, una abeja removía con sus patas en un resto viscoso, azul y pegajoso de un helado. En el suelo, entre el bordillo de la acera y el asfalto, un trozo de salchicha tipo frankfurt con manchas de kétchup estaba siendo inspeccionado voraz y minuciosamente por un escuadrón de hormigas. Una joven con una chupa de cuero parecía estar replanteándose la relación con su novio parada delante de un escaparate. El copiloto del camión de bomberos que pasaba en ese momento miraba y saludaba a los peatones con un gesto mitad estúpido, mitad entrañable. Empecé a sospechar que me encontraba fuera de la vida real, en otra dimensión, dentro de una ficción, una película de David Lynch o algo así. En eso el semáforo se puso en verde y los peatones de uno y otro lado nos pusimos en marcha como los figurantes de dos ejércitos de mentira que salen a cámara superlenta a un simulacro de campo de batalla. En la vida real nadie repara apenas en los demás peatones, pero ahora el lento discurrir del tiempo me permitía fijarme en las personas desconocidas, mirarlas a la cara, ver dentro de sus miradas. Todo me resultaba enigmático, misterioso, amenazador. El hecho de que, una vez dejado atrás el paso de cebra, me cruzase, primero con una compañera de trabajo, con un vecino de mi portal, después y por último con mi monitora de yoga y ninguna de las tres personas me saludase no hizo sino confirmar todas mis sospechas.