martes, 30 de octubre de 2012

120. fotohaiku nº 2









todo otoño
tiñe de ocre nuestras
melancolías

119. fotohaiku nº 1









si el sol asoma
por santiago, la tierra
siente cosquillas

118. Röntgen

Es bien conocida la manía que tienen los alemanes por buscarle a todo un sentido práctico, y que, dicho sea de paso, con mejor o peor acierto casi siempre se lo encuentran. La lengua, ese instrumento a través del que se manifiestan buena parte de las idiosincrasias de un pueblo, no queda al margen de esa manía. Sólo un ejemplo: el científico que descubrió los rayos X se llamaba Röntgen, de nombre Wilhelm Konrad. El hecho de ser él y no otro el artífice de tan trascendental descubrimiento, dio lugar a una, para los alemanes, feliz circunstancia. A saber, que el apellido Röntgen termina igual que la mayoría los infinitivos alemanes, es decir, en -en. El postulante de turno habrá pensado: ¿para que buscar o crear un término nuevo que signifique la acción de pasar rayos a través de un cuerpo para poder hacer una imagen de su interior, si podemos emplear este apellido como un verbo, matando, además, dos pájaros de un tiro, pues obtenemos el vocablo que necesitamos y por el mismo precio le hacemos un merecido homenaje a nuestro insgine científico? Y, dicho y hecho, en la lengua de Goethe ‘radiografiar’ pasó a decirse röntgen, y la imagen fruto de esa radiación Röntgen-Bild (imagen Röntgen). Así, un médico alemán puede decirle a su paciente: “Ich muss ihren Knöchel röntgen” (tengo que radiografiarle el tobillo), o preguntarle a la enfermera: “Wo ist das Röntgen-Bild?” (¿Dónde está la radiografía?) y se le entiende. ¿Es esto posible en la lengua de Cervantes? Pues claro, aunque posiblemente no en la medida y frecuencia en que se puede hacer en alemán. Así a bote pronto no se me ocurren muchos nombres españoles “verbalizables”, pero alguno hay, Aznar, Piñar, Marichalar, por ejemplo. Cualquiera de estos apellidos podría ser convertido fácilmente en un verbo, de modo que el capataz de un cortijo podría decirle al nuevo jornalero: “llévate al pollino de aquí, que no para de aznar y el señorito no quiere que se le moleste mientras marichalea, y ten cuidado al salir que el perro de la entrada piña” y también se le entendería.

viernes, 19 de octubre de 2012

117. Mal tiempo

El pasado lunes de camino al trabajo, un locutor de la emisora de radio que tengo presintonizada en el coche llamó a MeteoGalicia para averiguar qué tiempo haría esta semana, especialmente el domingo, día en que se celebran elecciones al parlamento gallego. La primera pregunta que le planteó fue, si continuaría el mal tiempo y el meteorólogo le aclaró que el mal tiempo hacía ya un par de semanas que se había terminado y que lo que ahora teníamos no era mal tiempo, sino otoño. Eso más que una predicción meteorológica me pareció un aviso a navegantes, a saber, pase lo que pase el domingo en Galicia vamos a tener que seguir recurriendo al paraguas.

martes, 9 de octubre de 2012

116. Aprendiendo a volar

Me cuentan que el presidente del gobierno de España está aprendiendo a pilotar y que tiene que hacer muchas horas extras porque, al parecer, no está especialmente dotado para conducir a tanta altura, y dicen las mismas fuentes que su trayecto preferido es Madrid-Berlin, ida y vuelta. Una persona que ha tenido la suerte de volar con él en una ocasión (y que afirma no tener la menor intención de repetir la experiencia) opina que su forma de volar es muy brusca, con continuos acelerones, frenazos y repentinos cambios de dirección, vaya, lo más parecido a montar en una montaña rusa. Me cuentan también que en lugar de auxiliares de vuelo se hace acompañar de agentes antidisturbios y que ante las reiteradas protestas del pasaje sólo se encienden los pilotos luminosos indicando que hay que poner los asientos en posición vertical y apretarse un poco más los cinturones. Además, su torpeza a los mandos de la aeronave hace que no se pierda ni una sola zona de turbulencias. Cualquier persona que haya vivido un vuelo con fuertes turbulencias sabe lo tranquilizadoras que pueden resultar unas palabras a tiempo del piloto llamando a la calma y quitando gravedad a la situación, pero nuestro presidente apenas usa el micrófono y cuando lo hace es para decir que lo de las turbulencias es por culpa del pasaje, porque los pasajeros no se están quietos o porque algún cenizo viaja a bordo; que lo que él hace es por el bien de todos; que son muchos los botones que hay en el panel de mandos; que a él tampoco le gusta volar así y cosas por el estilo. No es de extrañar, pues, que nuestro presidente se esté convirtiendo en el terror de los cielos de media Europa. Esta foto, por ejemplo, me la envió un amigo francés y me cuenta que cuando el avión del jefe de gobierno español asoma por el horizonte todas las aves de Francia se apresuran a resguardarse donde pueden para evitar tener un inoportuno y fatal encuentro con nuestro presidente.

115. Maneras de vivir

Los españoles que hoy rondamos la cincuentena y no hemos padecido enfermedades graves ni hemos sufrido grandes desgracias en nuestro entorno más inmediato, podemos afirmar que hemos tenido la suerte de haber vivido una época feliz, pues hemos podido disfrutar de cinco o seis lustros de paz y de estabilidad económica. Hemos sido testigos ingenuos de la muerte del dictador; hemos disfrutado de la ola de libertad y de efervescencia creativa de los años ochenta; hemos tenido acceso a una formación universitaria pública y de cierta calidad; nos hemos licenciado en un momento en que aún existía un mercado de trabajo; hemos podido viajar, ver otros mundos, conocer otras culturas y abrir nuestras mentes a otras realidades; hemos conocido de primera mano el valor de conceptos como igualdad, libertad, justicia o progreso. Y nos hemos sentido orgullosos de vivir en un país joven que supo transitar de una dictadura a una democracia sin que corriese apenas sangre, en un país que ha sido capaz de sentar por primera vez a judíos y palestinos a una mesa de negociaciones, que ha sido capaz de organizar unos juegos olímpicos que deslumbraron por su creatividad y excelencia, que ha sido capaz (y lo es todavía) de mantenerse a la cabeza de los países en los que más donaciones de órganos se producen, un país que dio una lección de solidaridad al mundo entero con aquella marea humana que acudió en masa a colaborar de manera voluntaria en la limpieza del chapapote con el que el Prestige cagó toda la costa gallega. Un país, también, formado por pueblos diferentes, con idiosincrasias diferentes y poblado por unos ciudadanos muy individualistas, pero que pese a ese individualismo y a esas diferencias, cuando los dirigentes están a la altura de las circunstancias son capaces, por poner un ejemplo quizás un tanto frívolo, de jugar al fútbol como una orquesta dirigida por el mismísimo Herbert von Karajan. Y uno se pregunta cómo hemos podido llegar hasta donde hemos llegado, con este panorama tan gris que tenemos ante nosotros. Cada vez que paso al lado de este rótulo de un conocido local de Santiago de Compostela me invade la nostalgia por ese pasado reciente que se aleja, pero al mismo tiempo también hace que no me olvide de que otras maneras de vivir son posibles.

114. El orden sí altera el producto

Les propongo un juego: prueben a comerse un donut de chocolate mirando fijamente esta fotografía (a ser posible sin pestañear), masticando muy despacio y en pequeños bocados, para así dar tiempo a que las papilas gustativas envíen toda la información al cerebro. Comprobarán que la conjunción entre lo que ven los ojos y lo que siente el paladar, primero, y el estómago, después se funde en una especie de yin y yang gastronómico único e irrepetible. Al revés, es decir, comerse una caja de sardinas saladas mirando la fotografía de un donut de chocolate, no causaría el mismo efecto, pues en fotografía el orden sí altera el producto.

113. Retrato

Creo que esta fotografía dice tanto o más de mi persona que el retrato que acompaña el perfil personal de este blog.

112. Pesadilla en la A6

Este verano, circulando por la A6 camino de A Coruña, al dejar atrás Madrid vi la cruz del Valle de los Caídos en la ladera de la sierra del Guadarrama, solitaria, vigilante y celosa de la capital de España. No sé si fue por un efecto óptico de la atmósfera, si por una excesiva graduación de mis nuevas gafas de sol, o por haber estado hojeando minutos antes un par de diarios de tendencia conservadora en el quisco del área de servicio, pero el caso es que me dio la sensación de que el mausoleo franquista había crecido y seguía aumentando gradualmente de tamaño. Por suerte tardé poco en entrar en el túnel del Guadarrama y al salir al exterior al otro lado de la sierra me sentí como si hubiera despertado de una pesadilla. Pero como suele pasar en esas películas malas de Hollywood, en las que cuando uno cree que el peligro ya ha pasado, un nuevo monstruo acecha al protagonista, ahí estaba delante de mí, una vez más, el monóculo extraterrestre (quien haya leído la entrada número 5 de este blog conocerá el porqué de mi aversión a los espejos redondos).