sábado, 29 de septiembre de 2012

111. Caminos

A veces uno se encuentra con caminos que, a pesar de no saber muy bien a dónde conducen, apetece un montón tomarlos.

110. Para echarse a llorar

Con los tiempos que corren, da lo mismo abrir el periódico que cortar una cebolla. En ambos casos es para echarse a llorar.

109. Juguetes

A veces, paseando por una playa a finales de verano, nos topamos con un cubo de plástico, una pala, un rastrillo o un coche de juguete abandonados en la arena. Seguramente pertenecieron a un niño que la víspera tuvo el día tonto y los padres, incapaces de hacerle entrar mínimamente en razón, optaron por recoger los bártulos e irse a casa. Con el sofoco que les provocó su hijo, los padres recogieron los bártulos a toda prisa y así es fácil olvidarse algún objeto en la playa. El cochecito de plástico tiene ahora un aspecto triste, denota soledad y abandono, y al mismo tiempo, en algún edificio de la ciudad un niño, que ya no recuerda la pataleta del día anteriror, mira compungido por la ventana y echa de menos a su coche de juguete preferido. Lo mismo sucede con esta estampa, que nos sugiere que algún político travieso se olvidó de recoger todos sus bártulos cuando estalló la burbuja inmobilaria y ahora seguramente estará triste mirando por la ventana de su despacho, añorando esos juguetes que en su día tan buenos momentos y beneficicos le reportaron.

domingo, 23 de septiembre de 2012

108. Lecturas

Hubo una feliz época en que un hombre, con tiempo, curiosidad y dedicación, podía saberlo casi todo de muchas disciplinas. Un tiempo, también, en el que el concocimiento estaba restringido a una minoría: a las pocas personas que tenían la formación suficiente para poder interpretar los textos escritos. Y esas mismas personas, sabiendo que el conocimiento es poder, hacían todo lo que estaba en sus manos para que la situación no cambiase. Pero las sociedades han ido evolucionando y hoy día, por suerte, la situación ya no es la misma, aunque tampoco está exenta de obstáculos y dificultades. Si antes el problema era la falta de información, hoy lo es su exceso: hoy estamos constantemente ingiriendo voluntaria e involuntariamente ingentes cantidades de información y sin disponer apenas de tiempo para procesarla, para analizarla, para contrastarla, para conocer las fuentes. Y así el riesgo de que el conocimiento que adquirimos sea parcial, equivocado, superficial o interesado es muy alto.
Toda la información que hemos ido engullendo a lo largo de los años: tebeos del Capitán Trueno, el catecismo y algunos números de el Víbora; relatos, poemarios y novelas; noticias de prensa, reportajes y editoriales; contratos de alquiler, de trabajo y pólizas de seguros; ponencias, reseñas y artículos científicos; cartas, SMS y correos-electrónicos; instrucciones de uso de mp3 y prospectos de antibióticos; normativas de aerolíneas low cost y guías de turismo; convenios colectivos y boletines oficiales del estado; informes médicos y testamentos, etc. se ha ido acumulando en nuestra memoria y se ha ido convirtiendo en un ovillo, una madeja, un amasijo amorfo, como el bolo alimenticio que se forma en el estómago después de haber cenado ensaladilla rusa de primero, una pizza cuatro estaciones de segundo y macedonia de frutas de postre. Si en un TAC se pudiese ver la información almacenada en el cerebro, en el mío seguramente aparecerían, entre otros, mi profesor de literatura sacándole brillo a unos endecasílabos de Antonio Machado, a Woody Allen convirtiendo el texto de un prospecto de Lexatín en diálogos para Manhattan, al comerciante de telas Gregorio Samsa practicando papiroflexia con la escritura de mi piso, al marqués de Bradomín comprando un asiento de primera clase en el tranvía a la Malvarrosa, a Tierno Galván leyendo una ponencia sobre la movida madrileña en la convención del Tea Party, a mi álter ego intentando comprimir en un haiku mi expediente académico, a Madame Bovary facturando online dos arcones en un vuelo con Ryanair, a Van Morrison poniéndole música a una sopa de letras o a Siddhartha leyendo las tiras de Martínez el Facha en un número especial de el jueves. Y la revolución tecnológica sólo acaba de empezar. No me atrevo a imaginarme como será mi TAC dentro de veinte o veinticinco años.

sábado, 22 de septiembre de 2012

107. Reflejos

Así como hay libros que lo mejor que les ha podido pasar es que los tradujese Julio Cortázar, chistes cuyo mejor premio es que los haya contado un gaditano o feos para los que ha sido una suerte que los retratase un caricaturista, también hay edificios que lo mejor que les ha podido suceder es que construyesen otro edificio enfrente con los cristales polarizados, pues es bien sabido que con frecuencia un reflejo es más interesante que su original. A mi por lo menos suele ocurrirme que en el metro la chica que se sienta a mi lado no es especialmente guapa, pero su reflejo en el cristal de la ventana resulta tremendamente atractivo, o que un deportivo rojo que veo acercarse por el retrovisor del automóvil, y que parece un Ferrari, al adelantarme resulta que no es más que un utilitario tuneado; y cuando un perro le ladra a su imagen reflejada en un espejo o en un escaparte, el imbécil me parece siempre el perro de verdad y la imagen reflejada en el cristal semeja limitarse a responder a las provocaciones del perro tonto. Además, ¿quién no se ha sentido alguna vez un poeta al verse difuminado en el espejo de la pared del Café Moderno, un espíritu joven y libre al reconocerse en el retrovisor de una Vespa a 60 km/h, un don Juan irresistible al verse reflejado en unos ojos verdes y vidriosos, o un vampiro desalmado y patético al mirarse en el estanque del parque una noche de luna llena?

106. Mentiras

Ya estamos con la precampaña electoral y en los bares, en las colas del paro, en los pasillos de los ambulatorios y en las salas de los tanatorios se habla muchísimo de política; con tanta pasión y con tanto desconocimiento como cuando se habla de fútbol, de salud o de Dios. Sin ir más lejos, la semana pasada en el autobús fui testigo privilegiado de un diálogo entre dos señoras de mediana edad que ocupaban los dos asientos justo delante del mío. En un momento de la conversación una de ellas afirmó categórica: - las mentiras siempre se encajan mejor que las verdades, y no sólo en política, sino también en el amor o en los asuntos relacionados con la salud. En un primer momento pensé que aquel era un juicio poco acertado y que contenía considerables dosis de malicia y cinismo. Pero un par de horas más tarde mi frutero me hizo cambiar radicalmente de opinión. Mientras éste le pesaba unas peras limoneras y unas cebollas moradas a una clienta, la señora aprovechó para preguntarle: - ¿Y por qué son negras unas ciruelas y, en cambio, otras son amarillas?  El frutero escrutó brevemente a la señora por encima de las gafas que se sostenían milagrosamente en la punta de su nariz y le respondió: - Es algo muy elemental, señora, porque unas crecen al sol y las otras a la sombra. – ¿Y cuáles son las que crecen al sol?  quiso saber entonces la señora. – Las negras, - aclaró el frutero - por eso son también las más dulces. A mí me sorprendieron sobremanera su imaginación y su agilidad mental, y él me pareció una de esas personas que, a pesar de su escasa erudición, tienen respuesta para todo y para todos. Estoy convencido de que si en vez de la señora esa pregunta se la hubiese planteado yo, seguramente me hubiese salido con que unas ciruelas provienen de África y las otras de Asia, que unas son de regadío y las otras de secano o que unas son nacionales y las otras de importación. Ese día descubrí que mi tendero tiene una portentosa inteligencia emocional (y comercial) y sabe lo que cada cliente quiere y necesita oír, es decir, posee eso que en política algunos denominan carisma.

viernes, 21 de septiembre de 2012

105. Galicia Canibal

Hay quien sostiene que en Galicia apenas se nota la crisis económica y que en esta comunidad autónoma siempre luce el sol, y que por ello los gallegos siguen sin tener que emigrar y pueden pasarse el día sentados en las terrazas de los bares, tomando cervezas y pinchos de tortilla, discutiendo sobre las tácticas futbolísticas del Celta de Vigo y del Deportivo de La Coruña o especulando sobre el tamaño ideal de las minifaldas. Mas todo eso no debe de ser del todo cierto, pues el otro día vi partir un avión del aeropuerto de Lavacolla con destino a Alemania atiborrado de investigadoras, ingenieros, enfemeras y encofradores. Además, llovía a cántaros. Los que sí discuten de fútbol, beben cerveza y toman pinchos de tortilla no son gallegos, sino diputados autonómicos, unos tipos que no tienen ni la más remota idea de fútbol, pues en el internado donde estudiaron, mientras sus compañeros disfrutaban del recreo corriendo por el patio detrás de una pelota, ellos permanecían en el aula recibiendo clases de apoyo para repasar los temas de matemáticas, historia y geografía que tanto les costaba asimilar. Hoy son padres de familia numerosa, con casa con jardín en las afueras, aparcan sus coches todoterreno en doble fila, y entre sorbo y sorbo de cerveza miran con cara de antropófagos a cuanta chica de pelo largo y falda corta ataja por la plaza para acudir a clase de derecho internacional, química farmacéutica o matemática discreta.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

104. Caballito de mar

Como cada mañana bajó temprano a la playa en busca de la ola del verano. Quería que el hecho de no haber podido irse de vacaciones por tercer año consecutivo (la economía familiar no andaba muy boyante) le recompensara de alguna manera. Pero la gran ola se le resistía, al igual que aquella francesita que estaba en el surfcamp, una preciosidad de ojos verdes, rastas y un caballito de mar tatuado en el hombro. Bajó a la playa, había aun pocos bañistas y en seguida la reconoció por su tabla amarilla. Estaba sentada en la arena mirando al mar, llevaba el traje de neopreno vestido sólo hasta la cintura y un top de bikini de color limón. Se sentó a su lado y sólo se le ocurrió decirle que a él también le gustaba el color amarillo. No pudo evitar reírse de la tontería que acababa de decir y ella rió también con ganas. Él estaba ocurrente y la chica de las rastas agradecía cada broma con una risa limpia y dulce. Al reírse, el caballito de mar parecía que se estremecía emocionado. El mar seguía tranquilo y él le propuso dar un paseo hasta la otra punta de la playa. Ella aceptó. El trayecto de vuelta lo hicieron cogidos de la mano. Ese verano el paro y la prima de riesgo continuarían creciendo, sus padres acabarían cerrando la tienda y la abuela se rompería la cadera, pero para él los recuerdos de ese mes de julio quedarían tatuados para siempre en el dominio más luminoso de su memoria.

103. Yermo

La pendiente del terreno que aparece en la fotografía y las líneas pintadas en el suelo, así como el edificio al fondo recuerdan un poco a algunos viñedos gallegos (Ribeira Sacra, Ribeiro, Rías Baixas, etc.) con las cepas perfectamente alineadas y el pazo-bodega al fondo. En invierno las cepas están secas y los viñedos parecen terrenos yermos, sin vida. Aquí la explanada sin automóviles, para los que en definitiva fue concebido este espacio, también presenta ese aspecto desangelado, inútil e improductivo. Mas todos sabemos que los viñedos con la llegada de la primavera reviven y tiene lugar el milagro, que comienza con los primeros brotes verdes que despuntan en las cepas y remata con un buen caldo en una botella debidamente etiquetada. Pero el terreno de la fotografía parece inmune a los milagros de la naturaleza, pues son ya varias las primaveras y veranos que han pasado y las cosechas de automóviles siguen brillando por su ausencia.

102. Yayoflauta

La actual situación económica (y política) que vive España afecta a muchos colectivos (a los más desfavorecidos) de manera verdaderamente trágica.  Pero a veces incluso en las situaciones más dramáticas pueden surgir fenómenos positivos, como por ejemplo la aparición de ese nuevo colectivo social que se ha dado en llamar “yayoflautas”. Esos pensionistas, jubiladas y jubilados, que dedican parte de su tiempo libre a manifestarse, a protestar y a denunciar todo tipo de tropelías provocadas por nuestros políticos y banqueros. Es un colectivo muy sensibilizado con las injusticias sociales que se siente (y sabe) útil y por ello sus miembros acuden con puntualidad a las convocatorias de protesta, pues, además de un encomiable espíritu solidario, tienen todo el tiempo del mundo. Como el señor de la fotografía, que parece estar aguardando impaciente a que lleguen sus compañeros para ir a apoyar una nueva manifestación ante una sucursal bancaria, una sede gubernamental, un complejo administrativo o lo que se tercie. Parece que puedo leerle el pensamiento: “...toda una vida trabajando para pagar un apartamento de protección oficial de 75 m², apoquinando religiosamente mis impuestos, haciendo jornadas de doce horas con el taxi para poder darle estudios a dos hijos; la primera vez que he viajado en avión y he dormido en una habitación de hotel fue gracias a un viaje subvencionado por el Imserso, para que ahora vengan estos niñatos engominados de universidad privada a decirme que todo lo que está pasando es porque hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades. Serán caraduras, un mal rayo los parta a todos..."

101. Puta

Evelio siempre ha sido un chico formal y algo introvertido. A su novia, Rita, la conocía desde la época del instituto y estaba enamorado de ella hasta las trancas. Hacía poco que habían alquilado un apartamento y se habían ido a vivir juntos. Todo marchaba bien y ya habían hecho planes de boda y todo. Pero cuando la felicidad parece perfecta algo viene siempre a fastidiarlo todo. Como todas las tardes, él salió a pasear al perro y de camino a casa se paró a comprar media docena de cocadas, los pastelitos preferidos de Rita - para darle a ésta una sorpresa. Pero sorpresa, y de las grandes, fue la que se llevó él, pues la sorprendió con Borja, un amigo común, fornicando en el sofá, y con un frenesí y con una pasión que él nunca le había visto antes a su novia. El shock sufrido por Evelio fue tal que requirió varias semanas de internamiento en un centro clínico. Mostraba una sintomatología propia de un autista, así como una rara especie de afasia que sólo le permitía articular una única palabra: “puta”. La afasia le habría de durar aun un par de meses después de haber recibido el alta médica. Durante ese tiempo, cuando Evelio pedía un café en el bar decía: “¡puta!”; si celebraba un gol de Hugo Sánchez mirando un partido del Real Madrid, gritaba: “¡puta! ¡puta!”; si le avisaban de que su madre había preguntado por él, respondía: ¡puta! Mas el tiempo todo lo cura y Evelio acabaría recuperando totalmente el habla y volvería a ser el de siempre, o casi. A su novia no le perdonó nunca y jamás volvió a dirigirle la palabra. Pero a Borja, con el paso de los años, poco a poco volvió a tratarlo. En una ocasión que hablaron los dos a solas, de hombre a hombre, aquel rubricó su razonamiento con un cínico: “¿y tú que hubieras hecho en mi lugar?”. Aunque Evelio nunca hubiera obrado como Borja, el argumento le pareció ajustado a la ética y moral propia de los hombres de éxito y lo aceptó como una disculpa sincera. Además, su amigo trabajaba en la Caja de Ahorros y pensó que como aquel se sentiría en deuda con él, siempre le podría hacer un favor cuando fuese necesario. De hecho, gracias a Borja consiguió una vajilla de cerámica de Santa Clara que la entidad bancaria sólo financiaba a los clientes especiales y alguna vez que se producía un descubierto en su cuenta corriente aquel siempre le llamaba antes de que la Caja devolviese un recibo domiciliado. Después de Rita, Evelio no volvió a tener pareja y todos estos años ha llevado una vida rutinaria, tranquila y austera, dedicado a su perro, a su trabajo de montador de muebles y ahorrando todo lo posible. Una mañana que pasó por la Caja, Borja le habló maravillas de unas participaciones preferentes con las que podría incrementar considerablemente su capital, una inversión segura. A Evelio lo de preferente, le sonó bien y siguió el consejo de su amigo. Invirtió todos sus ahorros, unos 70.000 euros. Cuando al poco tiempo estalló el escándalo, Evelio no podía dar crédito a lo que le estaba pasado. El mundo se le vino encima y volvió a sufrir otro gran shock. Los síntomas fueron más o menos los mismos que cuando lo de su novia. Pero esta vez la cosa parece más grave, pues va a hacer dos años de su recaída y no muestra síntoma alguno de mejoría. Se le ve totalmente destrozado y deambulando por el barrio como un alma en pena. A su amigo Borja lo trasladaron a otra sucursal, pero sigue conduciendo su Audi todoterreno y acaba de dejar a su mujer, con la que tiene tres hijos, para instalarse en un ático de la zona vieja con una joven de origen colombiano 20 años más joven que él. Esta mañana me encontré a Evelio, estaba parado delante de un enorme peluche que hay a la entrada de una tienda de chuches. Lo saludé con todo el afecto que cabe en las palabras “¡adiós, Evelio!” Él se volvió con su expresión triste, me devolvió el saludo, -¡puta!- y continuó calle abajo.

100. Parlamento de Galicia

Los parlamentos son los templos de la democracia por excelencia. En sus salones de plenos se discuten y se aprueban las leyes que han de garantizar nuestras libertades, nuestro bienestar y nuestra convivencia en paz e igualdad. Mas últimamente soplan malos vientos y, al igual que sucede en Madrid, las leyes que se debaten (es un decir) y se aprueban en este edificio en vez de garantizar nuestras libertades, nuestro bienestar y nuestra convivencia en paz e igualdad, parece que lo que buscan es todo lo contrario. De ahí que delante de este templo de la democracia un día sí y otro también merodeen todo tipo de colectivos manifestando airadamente su indignación por los recortes que se vienen aplicando en la enseñanza, en la investigación, en la seguridad social; o por dar cobertura legal a las estafas de las cajas de ahorros, a los defraudadores fiscales y a los atracos a los funcionarios. Menos mal que cuando se remodeló este antiguo cuartel miliar para convertirlo en parlamento, allá por los años 80, los gobernantes de entonces obraron con espíritu previsor e hicieron rodear el complejo de esta empalizada de bayonetas gigantes, todo un alarde estético, disuasorio y protector que permite a nuestros actuales políticos discutir (es otro decir) y aprobar nuevos recortes con la tranquilidad, paz y sosiego necesarios.

lunes, 3 de septiembre de 2012

99. Gaviotas

Con marea baja la playa de Razo, en Carballo (A Coruña), ofrece la posibilidad de dar largos paseos sobre una arena fina, firme y húmeda. Paseos que son una auténtica terapia tanto para el cuerpo como para el espíritu. Este verano, todas las mañanas, a mitad de trayecto, me encontraba con una bandada de gaviotas apostadas en la arena que parecían mirar confundidas y resignadas al horizonte, como un batallón de soldados olvidados en territorio enemigo que espera ser rescatado por un buque anfibio. A mi paso algunas gaviotas echaban a volar asustadas, pero su vuelo era corto. Se las veía pesadas, cansadas, desentrenadas: levantaban el vuelo alborotadas, pero a los pocos metros volvían a posarse sobre la arena y recuperaban la actitud inicial. En cierto modo me recordaban a nuestros políticos mirando hipnotizados y confundidos los índices bursátiles y económicos, pues, al igual que las gaviotas, los políticos también levantan un poco el vuelo cada vez que algún agente europeo provoca que la bolsa suba unas décimas o la prima de riesgo descienda unos puntos. Pero los suyos son también vuelos cortos, pues un comentario de la canciller alemana, Angela Merkel, o del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, frustra cualquier conato de euforia y devuelve los índices económicos a sus niveles iniciales. Y tanto las gaviotas como los políticos semejan no albergar otra  esperanza que la de ser rescatados, ya que por sí mismos se les ve incapaces de levantar el vuelo de manera definitiva.

98. Retórica

No sabría decir cuántas veces habré pasado delante de este rótulo situado a la entrada de un edificio del casco histórico de Santiago de Compostela. Aún así, me sigue sorprendiendo ese adjetivo epíteto. Es más, incluso diría que me inspira desconfianza, por lo que tiene de hueco, redundante y retórico. Quizás por eso nunca he sentido la tentación de entrar en esa biblioteca. De la misma manera que tampoco sentiría curiosidad por entrar en un “gimnasio de saludables ejercicios”, ni acudiría a un “bufete de honrados abogados”, ni comería en un “restaurante de sabrosa comida”; y evitaría una “farmacia de curativas medicinas” o una “academia de provechosos estudios”. Por la misma razón recelo también de los créditos amortizables en “cómodos plazos” o de los gobiernos que proceden por “reales decretos”.