lunes, 27 de junio de 2016

294. Selfie


Uno pertenece a esa generación de personas (por lo demás, bendita generación) que, por una parte, somos aun demasiado jóvenes como para prescindir de las nuevas tecnologías, pero por otra somos demasiado mayores para seguir el ritmo y estar al día en cuestiones de innovación tecnológica. Circunstancia ésta que acarrea grandes inconvenientes, pues quita mucho tiempo, genera frustración, estrés y no pocas veces da lugar a situaciones más o menos embarazosas. Me viene ahora a la memoria la primera vez que escuché la palabra selfie, en boca de una amiga muy mona que acababa de romper con su novio. Quedamos para tomar unas cañas, hablamos durante horas de lo divino y lo humano y al final de la noche, cuando nos disponíamos a abandonar el último bar, ella propuso que nos hiciésemos un selfie. Yo era la primera vez que escuchaba aquel neologismo y me imaginé que bien podría tratarse de una nueva manera de tener relaciones sexuales entre amigos, sin correr riesgos, o algo así y le respondí con una frase de libro: ¿en tu casa o en la mía? Mi amiga interpretó mi respuesta como una ocurrencia ingeniosa y se rió como no lo había hecho en toda la noche. Huelga decir que ni se me pasó por la cabeza confesarle que lo mío no había sido agilidad mental, sino simple ignorancia.

martes, 21 de junio de 2016

293. Reencuentro


Cada reencuentro con Berlín es siempre una experiencia. Allí el tiempo cronológico es como el meteorológico: cambiante e imprevisible, por momentos pasa a toda prisa, otras veces en cambio transcurre lento, muy lento. Berlín es una ciudad frenética y a la vez tranquila; es muy mediterránea, a pesar de estar tan al norte. Es una ciudad madrugadora y trasnochadora, siempre viva. Los turistas allí se mimetizan mejor con el entorno que en otras ciudades, lo cual es de agradecer. La climatología, ya haga frío, ya calor, es siempre óptima. Y luego está ese olor inconfundible en el que se mezclan los aromas del currywurst, del kebab y de la canela con las fragancias del perfume de Hugo Boss, de la flor de tilo y de la marihuana, así como con los destilados de cerveza, vodka y alcantarilla. La capital alemana es una ciudad tan abierta y tan poliédrica que a cada paso uno descubre cosas a la vez sencillas y sorprendentes, incluso las cosas más feas resultan bonitas. En Berlín uno siempre encuentra algo que lo llama, lo aborda y seduce; se dobla una esquina, se topa con un grafiti que reza: “Was gibt’s Neues, Alter? (¿Qué hay de nuevo, viejo?) y uno se siente tan joven...

292. Refugiados


Ayer fue el Día Mundial del Refugiado y en los medios de comunicación se habló todo el día del problema de los cientos de miles, por no decir millones, de personas desplazadas a causa de las guerras haciendo especial hincapié en los refugiados sirios, que aguardan a no se sabe qué hacinados en campamentos a las puertas de Europa. Se censuró la hipocresía y la falta de humanidad de las políticas de la Unión Europea. Se habló de todo ello con sinceridad, rabia y tristeza. Pero hoy ha sido el Día Internacional de la Música, algún candidato ha dicho una barbaridad en el trascurso de algún mitin electoral (como si eso fuese noticia), jugaba la selección española de fútbol y el asunto de los refugiados pasó rápidamente a un segundo, qué digo segundo, a un tercer o cuarto plano. El mundo es así, el presente pasa a toda pastilla, nadie tiene la culpa (mejor dicho, todos tenemos nuestra parte de culpa de que el mundo en que vivimos sea como es). Me imagino que a lo largo de toda la jornada de ayer más de un niño le habrá preguntado a alguno de sus progenitores: ¿Mamá (o Papá), qué es un refugiado? A lo cual el progenitor habrá intentado ilustrar a su retoño aplicando la más sincera y apropiada de las pedagogías. Y supongo también que algún que otro niño con las explicaciones recibidas se habrá imaginado algo parecido a lo que vemos en la fotografía que acompaña a este texto.

viernes, 3 de junio de 2016

291. Una sonrisa



Una sonrisa cuesta tan poco y puede valer tanto, pero nos estamos olvidando de practicarla y el problema debe ser serio, porque cada vez se ven más activistas por la calle intentando rescatarnos. Benditos sean, pues me contaron la historia de un hombre solitario que estaba a punto de tirarse por la ventana de su casa (vive en un quinto piso) justo en el momento en que llamaron a su puerta. Es un hombre bueno y educado y siempre que llaman, abre. Aquella mañana, la sonrisa de la chica que quería hacerle socio del Círculo de Lectores le salvó la vida.

290. Dignidad




Tengo la impresión de que las casas se impregnan del espíritu de las personas que las habitan o las han habitado y acaban desvelándonos tanto acerca de la personalidad y carácter de los moradores como la forma de vestir o de caminar de éstos, como el tono de su voz o el modo de mirar; como el gesto al saludar o al sonreír o como el modo de estar, hacer y decir. La de la foto es a mi modo de ver un excelente ejemplo: pese al estado de abandono y desmoronamiento en que se encuentra, mantiene intacta toda su distinción, porte y respetabilidad. Se cae a trozos, pero lo hace en silencio, sin dramatismos y con una dignidad, elegancia y serenidad que sobrecogen.