![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhIyjP-PCU6gwSBlLEklDOnWN7a2fGAmfFWPMg6yTEf2WqZh139h-7c7mbHorawRjQbSFGSgN2f9hFzo1OXDGoK-swv51c7-Nd_q_Se1z8FiGTuD6Zg5MsqxvcMnGEq2fvVJ16Tu9OuJVY/s320/pap%25C3%25A1+noel.JPG)
Atrás quedó la vorágine navideña con todos sus arrebatos consumistas compulsivos, con toda su felicidad forzada y fingida, con todas sus vanas esperanzas e ilusiones. La vida va recuperando poco a poco su ritmo habitual y la gente ya vuelve a saludar como siempre, vuelve a sonreir con naturalidad y se (pre)ocupa más de lo concreto y menos de lo abstracto. Y es que la época navideña se parece mucho a una campaña electoral. En ambos casos nos abruman con consignas, frases hechas, promesas de felicdad y otras mentiras, ante las que buena parte de los contribuyentes, antes o después, acabamos sucumbiendo ingenuamente. Mas, como no hay mal quien cien años dure (ni cuerpo que lo aguante), de repente un día el ruido cesa y la vida vuelve a ser la de antes: reina de nuevo la normalidad, la resignación sustituye a la euforia y la indiferencia a la ilusión. Aunque siempre quedan residuos olvidados por las esquinas, como carteles de candidatos vencedores cuya sonrisa (ahora sí) comprendemos que ya se intuía falsa, o papá noeles agotados, resacosos y confundidos que parecen no saber cómo volver a casa.