Creo que está sobrevalorado el destacar en una sola disciplina deportiva, el ser el número uno en
tenis, ciclismo, atletismo, esquí, natación, gimnasia, motociclismo o lo que
sea. Todos los deportistas, desde una edad muy temprana y espoleados por las
marcas publicitarias aspiran a ser un number
one el día de mañana. Es su gran sueño.Incluso en los deportes de equipo cada vez más se destacan los valores del individuo por encima de los
del colectivo. Sólo hay que ver como se celebraban antes los goles en el fútbol
y como se celebran ahora o el circo que se genera en torno a Cristiano Ronaldo
cada vez que marca un gol. En el
último medio siglo las tendencias en el deporte las ha marcado EEUU y de allí nos ha llegado en buena medida esa manía por el número
uno. En el baloncesto, por ejemplo, nos encontramos con un jugador número uno en mates, otro en triples,
otro en rebotes, en asistencias, en tapones, en robos de balón, etc. Y, lo que es
más grave, esta manía ha sobrepasado los límites del deporte y ha alcanzado otros ámbitos de la vida como la
alta cocina, la alta costura, la arquitectura o incluso el mundo científico,
por ejemplo, la medicina, la astrofísica o la biología. De ahí que de vez en cuando oigamos
hablar de que tales o cuales personas son los números uno mundiales en
implantes de cadera, en agujeros negros o en coleópteros. Hoy día no basta con
ser muy bueno, nisiquierabuenísimo. No, hay que ser el number one. Esta adoración casi
patológica por el número uno, además de parecerme algo enfermizo, la considero una tremenda
injusticia para con aquellas personas que sólo son muy buenas en una disciplina
y, quizás, buenas en unas cuantas más (que las hay, y muchas). Por eso en el
deporte me merecen especial simpatía y respeto aquellas disciplinas que mezclan varias habilidades,
como el decatlón, el heptatlón, el pentatlón moderno o el triatlón. Es más, creo que son pocos los deportes multidisciplinares existentes y pienso que debería haber más, y más variados. No sé,
quizás algo así como un pentatlón posmoderno, en el que se combinarían habilidades, destrezas
y talentos como: contar historias a niños antes de dormir, hacer sudokus de
nivel alto, inventar nombres para estaciones de metro, hacer coreografías lineales
por la playa o embalar bicicletas de paseo. Por qué no, el pentatlón posmoderno podría acabar siendo una disciplina
olímpica y no desmerecería en absoluto la portada de un diario deportivo ni
tampoco la de uno de información general y las posibilidades de negocio para
potenciales patrocinadores, a mi modo de ver, podrían ser muy interesantes.
Lo que le
sucedió el pasado lunes a la selección brasileña de fútbol fue un auténtico
desastre. La forma humillante en que perdió con la selección de Alemania y por
un resultado tan abultado, los aficionados al fútbol de ese gran país (la
mayoría) no lo van a olvidar tan pronto ni tan fácilmente (ya se encargarán los
futboleros argentinos de que eso no suceda). Si la derrota frente al equipo
nacional de Uruguay en 1950 (el famoso macaranazo) aún escocía, este
nuevo fracaso en un campeonato mundial de fútbol celebrado en su propio país no
hizo sino echar vinagre en la herida. Quizás, como en 1950, se creasen
demasiadas expectativas, quizá se fijasen objetivos demasiado ambiciosos,
quizás se marcasen metas demasiado altas. Y ya se sabe que cuanto más alto se sube
más tremendo será el batacazo. Aunque también es cierto que los desastres
nacionales, y de esto en España sabemos un poco (y no me refiero sólo a eventos
deportivos), suelen verse venir, pero lo quepasa es que quien manda o decide suele no querer verlo o mira para
otro lado y luego, claro, pasa lo que pasa. Lo de la selección de fútbol de
Brasil se veía venir, pues los oráculos le eran desfavorables y el pobre fútbol
que venía practicando no invitaba para nada al optimismo. Es más, según se iba acercando el fatídico día, más visibles se hacían esas sombras negras que
acechaban amenazantes a los futbolistas canarinhos.