212. Tragedia nacional
Lo que le
sucedió el pasado lunes a la selección brasileña de fútbol fue un auténtico
desastre. La forma humillante en que perdió con la selección de Alemania y por
un resultado tan abultado, los aficionados al fútbol de ese gran país (la
mayoría) no lo van a olvidar tan pronto ni tan fácilmente (ya se encargarán los
futboleros argentinos de que eso no suceda). Si la derrota frente al equipo
nacional de Uruguay en 1950 (el famoso macaranazo) aún escocía, este
nuevo fracaso en un campeonato mundial de fútbol celebrado en su propio país no
hizo sino echar vinagre en la herida. Quizás, como en 1950, se creasen
demasiadas expectativas, quizá se fijasen objetivos demasiado ambiciosos,
quizás se marcasen metas demasiado altas. Y ya se sabe que cuanto más alto se sube
más tremendo será el batacazo. Aunque también es cierto que los desastres
nacionales, y de esto en España sabemos un poco (y no me refiero sólo a eventos
deportivos), suelen verse venir, pero lo que
pasa es que quien manda o decide suele no querer verlo o mira para
otro lado y luego, claro, pasa lo que pasa. Lo de la selección de fútbol de
Brasil se veía venir, pues los oráculos le eran desfavorables y el pobre fútbol
que venía practicando no invitaba para nada al optimismo. Es más, según se iba acercando el fatídico día, más visibles se hacían esas sombras negras que
acechaban amenazantes a los futbolistas canarinhos.
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