En el tercer
mundo, pongamos por caso en el altiplano de un país andino, en una aldea de
una república subsahariana o en un recóndito poblado a los pies de la cordillera
del Himalaya, esta simple y solitaria pieza de plástico puede ser mucho más que
eso. Puede convertirse en cualquier cosa y mucho más, puede volverse una bota
de fútbol, un barco a vapor, el camión de Médicos sin Fronteras, un generador
eléctrico, una fábrica de harinas, una caja de lápices de colores, un avión de
suministros, una planta potabilizadora de agua, el palacio de un príncipe, el
podio de unos juegos olímpicos, una escuela, un teléfono móvil, una caja mágica capaz de convertir las piedras en chocolate y tantas cosas más. En el
primer mundo, en cambio, tengo la sensación de que sólo es una inútil pieza
de Lego que no sirve para nada. Como mucho, y siempre y cuando que se consiguiesen reunir algunas piezas más, serviría para construir un muro.
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