El pasado fin de semana durante una visita al MUSAC (Museo
de Arte Contemporáneo de Castilla y León) me topé con un grupo de cuatro fotógrafos
aficionados, dos chicas y dos chicos, que se dedican, entre otras cosas, a
hacer exposiciones furtivas en museos de arte contemporáneo. Expos clandestinas,
lo llaman. Llegan al museo, se dan una vuelta por las salas, para localizar
un lugar óptimo donde colocar sus cuatro fotografías (una de cada fotógrafo), tamaño
9x13 más o menos, y luego las dejan durante una media hora a la vista de los
visitantes. Me
interesé por su actividad y me explicaron que se trata siempre de exposiciones minimalistas, por el
tamaño y el número de las fotos, así como por la duración de la exposiciones. Que lo que persiguen con sus intervenciones es dar visibilidad a
su trabajo, reivindicarse frente al establishment, profanando y (por qué no) fecundando los espacios culturales oficiales. Pero también, y sobre todo, pretenden divertirse y pasarlo bien. El argumento más
convincente que arguyeron fue en respuesta a mi reparo de si no temían que sus
trabajos en algún momento no estuviesen a la altura del lugar en que exponían, a lo que una de
las fotógrafas repuso categórica - pues, no, eso es como si tú no vas a una
playa nudista porque tienes la pilila pequeña.
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