Le dan miedo los ascensores, por eso antes de entrar suele
introducir primero la cabeza y mira a izquierda y derecha, como si fuese a
cruzar la calle. Cuando vio el espejo que cubre todo el lateral derecho del
ascensor preguntó - ¿y por aquí a dónde se va? Le dije muy convencido que a ningún
sitio, pero su pregunta me dejó muy intrigado. ¿Cómo podemos estar seguros de que
ese espacio que se abre ante nosotros cuando nos plantamos delante de un espejo
no lleva a ningún sitio? ¿Cómo podemos saber que nosotros somos la persona real
y el otro, la imagen que nos devuelve el espejo, es sólo un reflejo? Seguro que
ese otro, o presunto reflejo, piensa exactamente lo mismo que nosotros. Mientras
intentaba responder a estas preguntas mi otro yo me observaba con semblante
serio y desafiante. Ellas dos, en cambio, se miraban muy relajadas, incluso
descubrí una desconcertante complicidad en sus miradas. El trayecto hasta la
cuarta planta se me hizo eterno y cuando se abrió la puerta y pude salir al
rellano, sentí un gran alivio. Pero desde entonces tengo la sensación de que ya
no soy el mismo.
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