miércoles, 25 de septiembre de 2019

392. La llamada


Los viejos del parque me dan mucha pena. Pero sabes una cosa, para que ellos se entretengan y se sientan útiles yo me estoy destrozando el estómago. Cada vez vienen más cargados de comida: arroz, migas de pan, alpiste. Hay una señora que viene todos los días a la misma hora, se sienta en el banco y tarda un buen rato en abrir primero el bolso y después en sacar la bolsita con las migas. Antes de conseguirlo siempre suena su teléfono. Lo acerca a la oreja y repite las mismas frases: donde voy a estar si no, claro que cerré con llave, no te preocupes, sí, quédate tranquila, yo a ti también, hija, un beso. Después de terminar la llamada se queda un rato pensativa mirando al suelo y a mi me da mucha pena. El otro día ya nos íbamos de allí, pero yo me quedé un rato más, haciendo que picoteaba en las migas que ella había esparcido por suelo. No tenía nada de apetito, pero no sé qué me daba dejarla allí sola. Pasados unos diez minutos se levantó, agarró el bastón y el bolso y se fue. Yo la seguí con la mirada hasta la entrada del parque, a ver si se volvía y me miraba, pero no lo hizo. Iría pensando en sus cosas.

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