Hay llamadas telefónicas, de una operadora de telefonía
móvil, de una compañía de seguros, de un conocido que llama para dejarte un
recado, para pedir cita en la barbería, hacer una consulta en el ayuntamiento o
en la gestoría que lleva la comunidad de tu edificio, etc. que haces o atiendes de
pie, mirando por la ventana, sentado en la mesa del escritorio, estirando el
edredón sobre la cama o mientras pones agua a hervir para hacerte una infusión. Pero
hay otro tipo de llamadas, de amigos, viejos amigos que has hecho en todos esos
mundos en los que has vivido, y de amigos más recientes, pero grandes amigos,
todos ellos, de tu hermano. Son llamadas que te reconfortan y le dan sentido,
un gran sentido, a ese momento, a ese pequeño instante de tu vida. Ese tipo de
llamadas tengo por costumbre hacerlas y responderlas sentado en esa butaca. En
ella me siento cómodo, bien, yo mismo. Ahí he pasado momentos muy bonitos unos,
otros menos, pero en todos ellos, en la gran mayoría de esas llamadas,
he sentido, dado y recibido mucho. Últimamente, debido al aislamiento en el que
el coronavirus me tiene confinado, me paso largos ratos ahí sentado. Es por ello que ese lugar se me antoja cada vez más mágico, más cargado de energía
positiva.
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