Un día, paseando por el madrileño parque de El Capricho, ella
se enamoró de un árbol, fue un amor a primera vista. Había otros muchos
árboles, altos, hermosos y robustos, pero ese, el de la foto, fue el elegido. Ese
mismo día, él quedó prendado de la belleza de una escultura femenina del siglo
XIII, que se encuentra en la catedral de Naumburg (Alemania). Si no fue un síndrome
de Stendhal, fue algo muy parecido.
Al cabo de los años, cuatro para ser más exactos, estas
dos personas coincidieron en un encantador café de la zona vieja de Ginebra, el
Café Saint Pierre. Sólo les separaban dos mesas, pero apenas repararon uno en
el otro. Él ojeaba un ejemplar de National Geographic y se detuvo en un
reportaje en el que aparecía el mismo árbol del que ella se había enamorado años
atrás. Ella intentaba buscar en la red imágenes e información acerca de una
escultura, de la que acaba de hablarle un amigo pintor en un mensaje de
WhatsApp, e introdujo en el buscador de Google el nombre de Uta von Naumburg.
Apenas se cruzaron dos miradas, en un momento en que ella levantó la vista de
la pantalla de su teléfono y él apartó la revista para tomar un sorbo de café.
Se miraron con la típica indiferencia con la que se miran dos desconocidos en
un bar con encanto en un país extranjero. Pero fue una indiferencia cómplice, entrañable,
extraña. No repararon en que los dos tenían el mismo libro de Walter Benjamin, La obra de arte en la época de su reproductibilidad
técnica, sobre la mesa. El de ella estaba abierto al lado de la botella de
agua mineral, el de él semioculto debajo de su teléfono móvil. Él fue un
momento al baño y al volver ella ya no estaba.
Tres años más tarde volvieron a coincidir, esta vez en
Florencia, paseando por el Ponte Vecchio. Caminaban en direcciones opuestas, se
cruzaron, se miraron, pero no se reconocieron. Aunque a los dos o tres pasos
los dos se volvieron al mismo tiempo, se miraron y tuvieron el mismo
pensamiento, - ¿de qué me suena a mí esa cara? pero continuaron su paseo
de la mano de sus respectivas parejas.
Y aquí termina el relato. Creo.
Ahora que caigo, lo cósmico y lo cómico sólo lo separa
una sensual S, lo cual me hace pensar que la vida hay que tomársela con
filosofía (metafísica), con mucho humor y con todo el amor y cariño posibles.
(fotografía: Guillermina De Ferrari)
Q bonito, me he quedado con ganas de más.
ResponderEliminar... igual tiene continuación, quién sabe....
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