domingo, 19 de abril de 2020

424. Conexiones cósmicas


Un día, paseando por el madrileño parque de El Capricho, ella se enamoró de un árbol, fue un amor a primera vista. Había otros muchos árboles, altos, hermosos y robustos, pero ese, el de la foto, fue el elegido. Ese mismo día, él quedó prendado de la belleza de una escultura femenina del siglo XIII, que se encuentra en la catedral de Naumburg (Alemania). Si no fue un síndrome de Stendhal, fue algo muy parecido.

Al cabo de los años, cuatro para ser más exactos, estas dos personas coincidieron en un encantador café de la zona vieja de Ginebra, el Café Saint Pierre. Sólo les separaban dos mesas, pero apenas repararon uno en el otro. Él ojeaba un ejemplar de National Geographic y se detuvo en un reportaje en el que aparecía el mismo árbol del que ella se había enamorado años atrás. Ella intentaba buscar en la red imágenes e información acerca de una escultura, de la que acaba de hablarle un amigo pintor en un mensaje de WhatsApp, e introdujo en el buscador de Google el nombre de Uta von Naumburg. Apenas se cruzaron dos miradas, en un momento en que ella levantó la vista de la pantalla de su teléfono y él apartó la revista para tomar un sorbo de café. Se miraron con la típica indiferencia con la que se miran dos desconocidos en un bar con encanto en un país extranjero. Pero fue una indiferencia cómplice, entrañable, extraña. No repararon en que los dos tenían el mismo libro de Walter Benjamin, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, sobre la mesa. El de ella estaba abierto al lado de la botella de agua mineral, el de él semioculto debajo de su teléfono móvil. Él fue un momento al baño y al volver ella ya no estaba. 

Tres años más tarde volvieron a coincidir, esta vez en Florencia, paseando por el Ponte Vecchio. Caminaban en direcciones opuestas, se cruzaron, se miraron, pero no se reconocieron. Aunque a los dos o tres pasos los dos se volvieron al mismo tiempo, se miraron y tuvieron el mismo pensamiento, - ¿de qué me suena a mí esa cara? pero continuaron su paseo de la mano de sus respectivas parejas. 

Y aquí termina el relato. Creo. 

Ahora que caigo, lo cósmico y lo cómico sólo lo separa una sensual S, lo cual me hace pensar que la vida hay que tomársela con filosofía (metafísica), con mucho humor y con todo el amor y cariño posibles. 


(fotografía: Guillermina De Ferrari)

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