Para muchos fotógrafos la pregunta: “¿tú qué prefieres, la fotografía en blanco y negro o en color?”, es como
preguntarle a un niño: ¿tú a quién
quieres más, a papá o a mamá? Muchos fotógrafos responderán que depende,
según, que las dos por igual o cosas por el estilo. Otros muchos, por el
contrario, dirán que se sienten más a gusto con uno u otro tipo. Personalmente,
no sé por qué, quizás por nostalgia, por haberme aficionado a la fotografía a
través de las viejas fotos del viejo álbum familiar, esas con el borde blanco
dentado, o más tarde descubriendo a los clásicos de la fotografía, pero me
decanto por el blanco y negro. Por seguir con el símil, se podría decir (sin
mucho fundamento, pero me sirve para llegar a donde quiero llegar) que la fotografía
en blanco y negro es más papá y la fotografía en color es más mamá. Ésta última
tiene un potencial enorme para expresar variedad de tonos, calidez, alegría, más
vida. Me encanta la fotografía, tanto en color como en blanco y negro, pero
tengo que reconocer que las fotografías en color me gustan las de los demás. En
cambio, las que yo hago, sólo muy de vez cuando, y casi nunca me veo reflejado en
ellas. Por eso me siento mucho más cómodo cuando observo
el mundo en blanco y negro a través de mi cámara. Recuerdo que de niño, durante una clase de
catequesis, la señorita que nos instruía en historia sagrada le preguntó a Manolito, un amigo mío del barrio - ¿Y
tú, Manolito, a quién quieres más, a papá o a mamá? Él, sin cortarse un pelo,
respondió ufano: - ¡A la mamá de Luisito! (que, dicho sea de paso, era una mujer muy
guapa). A mí con la fotografía en color me sucede lo mismo que a Manolito con
las madres. En mi próxima visita al psicoanalista tendré que comentárselo.
(Fotografía: Lola Martín Rodríguez)
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