La memoria tiene fisuras por las que se cuelan sueños,
ilusiones, emociones que alteran y modifican el discurso y significado de nuestros
recuerdos. Una de las primeras películas que vi en el cine, con seis o siete
años, o por lo menos una de las que mejor recordaba era Los siete magníficos.
Uno de mis iconos de la infancia era la imagen de los siete pistoleros
cabalgando en formación hacia el patio de butacas con aquella música, un
clásico de las películas de vaqueros, que me ponía la piel de gallina. No hace mucho
tuve ocasión de volver a verla y me llevé una gran decepción, pues aparte de
que me pareció una mala parodia de los western, la escena que yo retuve tantos
años en mi memoria no sale en la película. Lo que yo recordaba era el cartel y el tema principal de la banda sonora. Mi memoria había deconstruido la realidad para adaptarla a mi forma
de sentir.
Hace bien poco, durante una interesante y entrañable conversación
con una artista plástica, cité de memoria (y en mi francés!) unos versos de
Rimbaud, para ilustrar alguna idea, supongo (o quizás por pura vanidad). Días
más tarde le envié un correo con el poema original (que se parecía bastante a
la deconstrucción que mi memoria había hecho de los versos de Rimbaud). La
artista me dijo que, con fallos de ortografía y todo, le gustaba más mi versión
que el original. En un primer momento, el cumplido me pareció una de esas
mentirijillas tan dulces al oído que uno no puede evitar creérselas. Pero insistió,
con argumentos, y acabó convenciéndome. Mi memoria, una vez más, había adaptado
una realidad a mi forma de entender la vida. Y es que la poesía, igual que cualquier
otra forma de manifestación artística no consiste en transmitir un mensaje, una información,
sino, y sobre todo, una emoción.
De la fotografía se podría decir otro tanto de
lo mismo. La foto de esta entrada la hice por puro impulso, por puro instinto,
emoción, por fijar un momento. Ese mismo impulso, posiblemente, que empuja a un haijín
a escribir un haiku. La fotografía ya tiene unos dos o tres años y el recuerdo que guardaba del
momento en que la hice tenía algo de irreverente, blasfemo. En cambio anoche,
mientras ordenaba algunos archivos de fotos, la volví a tener en la pantalla
del ordenador y la emoción que me trasmitía ya era otra bien distinta, mucho
más positiva. Lo que ahora veo es una suerte de impulso vital, un canto a la
esperanza.
Y, para terminar, cruzar estas desmemorias con una amistad que el paso de
los años no supo borrar tiene un encanto especial, muy especial. Pero ésta ya
es otra historia.
Nota del editor: En el título no hay ninguna errata, se
trata sencillamente de una dedicatoria (va por esos mano a mano en que le
sacamos todo el jugo a los juegos de palabras, dobles sentidos y escribimos
novelas de espías, y también por sujetar el tronco)
En lo primero que pensé al empezar a leer este relato es en una de mis frases favoritas de Fernando Pessoa; puede que la conozcas "Haber leído los papeles de Picwick es una de las grandes tragedias de mi vida, ya no puedo volver a leerlos".
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