sábado, 2 de diciembre de 2023

499. Ruido

 

Los gritos de la madre de los gemelos del primero que no quieren desayunar; el enésimo portazo a la entrada del edificio; la turbina de un secador de pelo; una lavadora que arranca a centrifugar; los ladridos del perro del vecino de al lado; el rozamiento del ascensor que pide a gritos una revisión; el aparato soplador con el que un empleado del servicio de limpieza barre las hojas del parque infantil; la alarma de la tienda de la esquina que se dispara un día sí y el otro también; el ruido de tazas y platos en el bar donde desayuno; el imbécil de turno que habla a grito pelado con el camarero sobre cosas que no interesan a nadie, ni al mismo camarero, al parecer amigo suyo; las explosiones de algún frente de guerra que el noticiero de la mañana emite desde tres pantallas de plasma; un camión de reparto descargando palets delante del supermercado de enfrente; los chillidos de los adolescentes a la entrada del colegio; una motocicleta sin tubo de escape que circula por la avenida a la velocidad de un obús; un tipo que no puede salir de su plaza de aparcamiento y se pone sonar el claxon como un energúmeno … Cada día me noto más vulnerable, cualquier ruido me molesta. Incluso aquellos sonidos que al principio parecían soportables o incluso agradables: avisos de entrada de mensajes en el móvil, el sonido de los lectores de códigos de barras en la caja del supermercado, el de los teclados de los cajeros automáticos, teléfonos o cualquier aparato electrónico ... Estoy convencido de que tanto ruido atrofia, no nos deja pensar, no nos deja escuchar lo que pasa en nuestro interior. Rodeado de ruido, nuestro cerebro sólo alcanza a escuchar lo que le viene del exterior y se olvida de sí mismo. Por eso anhelo y busco cada vez con más ansiedad espacios donde poder descansar del ruido, disfrutar del silencio y poder así escuchar lo que mis recuerdos, deseos, sueños o ilusiones crean oportuno contarme.

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