jueves, 16 de julio de 2015

252. Liga de la Costa

   - Pues aquí donde me ves, jugué los noventa minutos, marqué un gol y di el pase del otro. Y tú, si no juegas es porque no quieres.
   - Que no, Manolo, nosotros ya no estamos para estos trotes, que yo sé muy bien como es eso del fútbol de veteranos, empiezas así, por reunirte con tus amigos una vez por semana para sacudir un poquito el esqueleto y quemar unas cuantas toxinas, pero luego, en el fragor de la jugada, te ves de repente con la pelota en los pies, por delante de ti treinta metros de campo, con sólo un defensa de aspecto torpe entre el portero y tú y te olvidas de esos quilos de más que has ido acumulando todos estos años alrededor del abdomen y retrocedes en el tiempo a aquel pasado glorioso cuando en una situación semejante, jugando contra el equipo que a la postre resultaría subcampeón de la Liga de la Costa, marcaste un gol que aún recuerdan con nostalgia algunos viejos del lugar, recuerdas perfectamente la jugada como si la estuvieses viendo en un vídeo, recuerdas como, faltando poco para que terminase el partido y a pase del lateral izquierdo, recibes la pelota en la mitad de vuestro campo, le haces un regate a un jugador contrario, amagando a la derecha y yéndote por el otro lado, qué bien te salía siempre aquella jugada, canalla, ya lo decía tu entrenador, en carrera y con el balón controlado no hay quien lo pare, cambiando de ritmo te vas en velocidad por la izquierda, pegado a la banda, con un ojo puesto en el balón y el otro en los paraguas de las viejas que, aprovechando que había escampado, utilizan estos artilugios para intimidarte y contribuir de ese modo a la victoria local, cruzas la meridiana y sigues avanzando, ves como los defensas contrarios apenas reculan, centrados en organizar el fuera de juego e intentando cubrir a tus compañeros de equipo que se suman al ataque, oyes el ruido de las gaviotas y a alguien que te pide el balón, lo reconoces por la voz, es el hijo del presidente, un paquete de delantero centro que lo único que sabe hacer es correr detrás del jugador que tiene la pelota y pedírsela para ver si él puede marcar un gol, insiste mas no le haces el menor caso, te sabes titular indiscutible, ni siquiera miras si está desmarcado, sería un milagro que lo estuviese, te sale al paso el defensa central, un tipo recio al que le falta un diente y que responde al mote de Leñero, sabes que lo puedes pasar y ya intuyes el gol, pues su portero es inseguro en las salidas, ay, si tuvieses la misma confianza en ti fuera del campo como lo tenías dentro del rectángulo de juego, Sabela, aquella chica que tanto te gustaba, posiblemente el amor de tu vida, nunca hubiese acabado como acabó, encaras a Leñero, que galopa hacia ti remando con los brazos, dejando tras de sí una estela de olor a linimento y resoplando por la nariz como un becerro, a un metro de él te paras en seco inmovilizando el balón con la punta de la bota y antes de darle tiempo a que reaccione le haces un caño y lo dejas sentado en un charco, justo sobre la línea de cal que delimita el área grande, te plantas solo delante de la portería contraria, el portero sale con las manos por delante y con la cabeza ladeada para proteger la cara de un posible impacto, tú amagas un potente chut, pero marcas el gol del empate con un toque muy suave y preciso, colando el balón casi a cámara lenta pegado al poste derecho, un auténtico golazo que pone en pie a todo vuestro banquillo e incluso provoca algunos tímidos aplausos entre los aficionados locales, todos tus compañeros, incluso el portero, acuden a abrazarte, también el delantero centro, que de paso te echa en cara que él estaba solo y que tú estuviste a punto de fallar un gol cantado por no querer pasarle la pelota a él, que sabrás tú, mamón, piensas mientras ves, a través de los abrazos de los compañeros, como vuestro entrenador y el masajista dan saltos de alegría delante del banquillo, luego en las duchas os dirían que aquel gol os había supuesto una descomunal mariscada, cortesía del otro equipo aspirante al título. Sí, Manolo, sí, en el fragor de la jugada pierdes el sentido de la realidad e intentas hacer jugada por la banda, pero a los cinco pasos sientes una punzada en un costado y antes de que te dé tiempo de pasarle la pelota a un compañero notas un golpe de rodilla en la espalda, caes al suelo y con la cara rebozada en tierra y arena, con un dolor terrible y desde una perspectiva humillante ves al árbitro correr hacia ti soplando con fuerza el silbato y palpando el bolsillo en busca de las tarjetas, y entonces te das cuenta de que el tiempo no pasa en vano.
- Pues el sábado pasado, tenías que verme, aún rematé un balón de chilena.

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