Tras
una instancia presentada por registro, dos visitas al ayuntamiento y tres años
de espera, por fin se procedió a pintar el tan deseado paso de cebras por el
cual muchas personas mayores del barrio, entre ellas mis progenitores, pueden
cruzar la calle con más seguridad para acudir a una especie de centro social
ubicado en las inmediaciones. Puede parecer que la espera ha sido larga, y quizás
así sea, pero en este país la Administración suele tomárselo con bastante más
calma. Sea como sea, la mañana que salí a la calle, un día de sol radiante, y
me encontré con las rayas blancas recién pintadas sobre el negro azabache del
asfalto, sentí una alegría y sorpresa enormes. Me sentí igual que aquella
mañana, tendría yo unos siete años, en que me levanté para ir al cole y
descubrí por primera vez un paisaje todo cubierto de nieve.
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