lunes, 16 de abril de 2018

351. El genio de la botella

Paseaba por una playa desierta. Se topaba con una botella de latón medio enterrada en la arena. La recogía con cuidado y recelo. La levantaba hasta la altura de la nariz para poder examinarla de cerca. Después miraba a su alrededor. No había un alma en todo el arenal. Una voz interior le decía que debía abrir aquel recipiente. Desenroscaba el tapón con una creciente excitación. La botella no tardaba en escupir un genio de figura oronda, risueña y enorme, provocando una suerte de eclipse al interponerse entre él y el sol. El genio parecía no tener ganas de hablar. No decía nada. Sólo lo miraba con curiosidad infantil. 
- ¡Quiero que me cumplas los tres deseos! – exigía él, rompiendo el silencio.
- No tiene mucho sentido que te conceda ningún deseo, – respondía categórico el genio – pues esto que estás viviendo no es más que un sueño.
- Pues si así es, el primer deseo que te pido es no despertar jamás de este sueño. En segundo lugar, quiero recuperar la salud perdida. El tercer deseo, -y aquí dudaba un instante-, quiero estar con la mujer de mis sueños.
- A mandar, - respondía el genio lacónico y amable.

Una semana más tarde seguía sin acudir a su sesión de diálisis.
- Con ésta ya van tres sesiones, - constató preocupada la enfermera - esto pinta mal.
Mientras lo decía, hojeaba una revista del corazón que había encima de una de las sillas de la sala de diálisis y se detuvo en un breve reportaje en el que se decía que Sharon Stone llevaba una semana sin acudir al rodaje de su última película, al parecer por culpa de unos problemas con el sueño que la dejaban buena parte del día tirada en la cama, exhausta y confundida. Acompañaba el reportaje una fotografía de la actriz estadounidense en la que, para sorpresa de la enfermera, la estrella del cine aparecía con una expresión juvenil y un brillo de felicidad en la mirada.

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