Yo tuve un tío abuelo político al que apenas llegué a conocer,
pues se murió cuando yo tenía diez o doce años y, la verdad sea dicha, tampoco lo frecuenté mucho. Se casó tarde con una hermana de mi abuela materna, que también estuvo a punto de
quedarse soltera. Para vestir santos, como se decía en aquel entonces. Él, aunque un simple campesino, era un hombre de posibles, pues era
un usurero prestamista. Era avaro y miserable como pocos, pues aunque podría
vivir como un cura párroco, residía en una humilde casita de planta baja, sin
apenas ventanas, con el piso de tierra y en la cual no se sabía dónde terminaba la cuadra
de las vacas y empezaba la cocina. Su traje de diario era de
pana (digo pana, porque la mayor parte de los remiendos, tanto de su chaqueta
como de su pantalón, eran de esta tela) y haría las delicias de cualquier pasarela
de moda actual, por lo que tenía de artesano, original, extravagante y atrevido. En aquella
época, en cambio, su vestuario le daba aspecto de pordiosero (que en realidad, por lo menos moralmente, sí lo era). No tenía ningún tipo de empatía o sentimientos hacia los demás. Su mujer enfermó de cáncer y cuando un día ella le comentó
que le habían hablado de un médico de Santiago que decían era muy bueno, él se
enfureció y exclamó todo lleno de razón: ¡Pero, muller, para qué vamos a gastar dinero en otro médico, si ya nos dijo don Ramón que tu mal no tiene cura! Lo más curioso de este caso es que este personaje se llamaba Generoso (y no era un
apodo irónico, de los que tanto abundan en Galicia, sino su nombre de pila con
el que había sido bautizado y todo).
Creo que esta historia a mí me marcó bastante y quizás por eso durante
muchos años recelé de las personas cuyos nombres sugerían grandes y nobles valores
y virtudes como Piedad, Modesto, Bárbara, Benigno, Caridad, Ventura, Felicidad.
Recuerdo que en mi tardo-adolescencia o primera juventud (me cuesta datar con la debida precisión algunas etapas de mi biografía) me gustaba mucho una niña morena
de pelo corto que se daba un aire a la Heidi de los dibujos animados de la tele.
Hasta que me dijeron que se llamaba Justa. Desde ese día la vi con otros ojos y
me desenamoré de ella poco a poco y con gran pesar. Años más tarde supe que en realidad se
llamaba Susana y que lo de Justa había sido una negligencia, broma o maldad por
parte de mi informante.
Por cierto, mi tía abuela se llamaba Consuelo, lo cual
también tiene delito. La suya y la de Justa Susana son historias
que darían para escribir varios relatos. Pero eso será otro día.
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