miércoles, 28 de marzo de 2018

350. Onomástica emocional


Yo tuve un tío abuelo político al que apenas llegué a conocer, pues se murió cuando yo tenía diez o doce años y, la verdad sea dicha, tampoco lo frecuenté mucho. Se casó tarde con una hermana de mi abuela materna, que también estuvo a punto de quedarse soltera. Para vestir santos, como se decía en aquel entonces. Él, aunque un simple campesino, era un hombre de posibles, pues era un usurero prestamista. Era avaro y miserable como pocos, pues aunque podría vivir como un cura párroco, residía en una humilde casita de planta baja, sin apenas ventanas, con el piso de tierra y en la cual no se sabía dónde terminaba la cuadra de las vacas y empezaba la cocina. Su traje de diario era de pana (digo pana, porque la mayor parte de los remiendos, tanto de su chaqueta como de su pantalón, eran de esta tela) y haría las delicias de cualquier pasarela de moda actual, por lo que tenía de artesano, original, extravagante y atrevido. En aquella época, en cambio, su vestuario le daba aspecto de pordiosero (que en realidad, por lo menos moralmente, sí lo era). No tenía ningún tipo de empatía o sentimientos hacia los demás. Su mujer enfermó de cáncer y cuando un día ella le comentó que le habían hablado de un médico de Santiago que decían era muy bueno, él se enfureció y exclamó todo lleno de razón: ¡Pero, muller, para qué vamos a gastar dinero en otro médico, si ya nos dijo don Ramón que tu mal no tiene cura! Lo más curioso de este caso es que este personaje se llamaba Generoso (y no era un apodo irónico, de los que tanto abundan en Galicia, sino su nombre de pila con el que había sido bautizado y todo).

Creo que esta historia a mí me marcó bastante y quizás por eso durante muchos años recelé de las personas cuyos nombres sugerían grandes y nobles valores y virtudes como Piedad, Modesto, Bárbara, Benigno, Caridad, Ventura, Felicidad. Recuerdo que en mi tardo-adolescencia o primera juventud (me cuesta datar con la debida precisión algunas etapas de mi biografía) me gustaba mucho una niña morena de pelo corto que se daba un aire a la Heidi de los dibujos animados de la tele. Hasta que me dijeron que se llamaba Justa. Desde ese día la vi con otros ojos y me desenamoré de ella poco a poco y con gran pesar. Años más tarde supe que en realidad se llamaba Susana y que lo de Justa había sido una negligencia, broma o maldad por parte de mi informante. 

Por cierto, mi tía abuela se llamaba Consuelo, lo cual también tiene delito. La suya y la de Justa Susana son historias que darían para escribir varios relatos. Pero eso será otro día.


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