Una
chica ensimismada, semeja una corzuela distraída, capta la atención de un chico.
Éste acecha con instinto de pantera, ve una presa fácil. Un fotógrafo, con pose
de francotirador, apunta a la pantera con su cámara de mira telescópica aguantando
la respiración, presiente un desenlace dramático inminente. A espaldas del
francotirador se intuyen varias miradas: la de una señora que asoma a la
ventana de un tercer piso, parcialmente oculta detrás de un visillo; la de un
jubilado que se para en la acera a observar la escena creyendo, quizás, que lo
que está presenciando no es una escena cotidiana, sino parte del rodaje de un
thriller; o la de otro francotirador que duda si cargar también su rifle, pero
que acaba desistiendo; su ego y vanidad le impiden enfocar cualquier objeto o escena
que no haya visto él antes que nadie. Recuerdo que respondiendo a estas
intuiciones me giré para comprobar que efectivamente la señora del visillo, el
jubilado o el fotógrafo perfeccionista y vanidoso estaban observándome, pero no
era así. Al volver la mirada hacia delante la corzuela y la pantera habían
desaparecido. Menos mal que conservo esta fotografía, fruto del único disparo efectuado,
para convencerme a mí mismo de que esta escena existió de verdad y no es fruto
de una fantasía, delirio o pesadilla; pues al igual que sucede en cine o en
literatura, en ocasiones también en fotografía conviene decir que
todo parecido con la realidad es pura coincidencia.
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