Leí que un repartidor de pizza sueco obsequió con un piropo
a un ama de casa en Uppsala y en Borneo un orangután sufrió un tremendo ataque de celos y
se encaramó a lo más alto de un árbol. O que un violinista japonés se comió una
fabada asturiana en un céntrico restaurante de Avilés y en el Golfo Pérsico un
petrolero iraní saltó por los aires. También que la profecía realizada por un gurú
hindú a un adolescente en Nueva Delhi se le cumplió a un taxista que residía en
Australia y estaba a punto de cumplir los 63. Y que el amor platónico que una
monja clarisa sentía por su confesor en
Dublín le produjo un embarazo psicológico a una empleada de correos en Ciudad
del Cabo. Todo esto me suena a cuento chino, no obstante esta mañana volví a
sufrir un cólico de riñón, así sin más, de repente. Ignoro si ese dolor fue lo
que provocó el resbalón de una peregrina polaca en Fulda que se dirigía a
Santiago de Compostela o si, por el contrario, fue consecuencia de la última
barbaridad tuiteada por el presidente de los EEUU.
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