sábado, 21 de diciembre de 2019

401. Cuento de Navidad


Era mi primera Nochebuena con nieve y no me cansaba de contemplar el valle cubierto por aquel manto blanco. Antes de que anocheciese me asomé una vez más a la ventana de la cabaña que había alquilado y por la otra orilla de la calle vi pasar una escultural mujer. Vestía unos leggins de cuero negros, una bomber blanca y unas botas de tacón rojas que le llegaban por encima de la rodilla. Debajo de su gorro de lana rojo asomaba una melena rubia. Cargaba con varias bolsas de marcas francesas e italianas y caminaba por la acera helada con una elegancia y una seguridad pasmosas. De repente se escuchó un tremendo estruendo al tiempo que una nube de nieve se expandía por la explanada que había más allá de la calle. Aquello tenía toda la pinta de ser un accidente, una avioneta por lo menos. 
Salí corriendo y al llegar al lugar me topé con un escenario, cuando menos extraño. Un trineo enorme tirado por seis renos estaba medio enterrado en la nieve, un par de renos parecían estar muertos. A poca distancia del trineo yacía un Papá Noel, también muerto o inconsciente. Tenía una pierna en una posición imposible y sangraba por la boca. En un radio de unos treinta metros había esparcidos cientos de paquetes de todos los tamaños envueltos en papel de regalo. Al lado del trineo se intuía algo parecido a una carroza con forma de serpiente y la proa, una cabeza de dragón, destrozada. La carga de este segundo vehículo también estaba tirada por el campo nevado, pero a buena parte de los paquetes se les había hecho trizas el papel de regalo, por lo que dejaban a la vista metralletas de luces, cometas de plástico, caballitos de madera con adornos orientales. Dun che lao ren, el Papá Noel chino, al parecer ileso, corría de un lado para otro y se echaba las manos a las cabeza. 
El lugar empezó a llenarse de curiosos y en seguida también aparecieron un coche patrulla, una ambulancia y un camión de bomberos (eficacia centroeuropea). El Papá Noel chino se fue directo hacía un policía haciendo aspavientos de una forma muy teatral y señalando a la chica de las botas rojas, que también se había detenido a contemplar la escena. El agente no le prestó mucha atención a las indicaciones de Dun che, seguramente no entendía lo que decía, y le pidió su documentación. Pero éste no se enteraba o no se quería dar por enterado, insistía en sus gestos y no paraba de señalar a la chica de las botas rojas con su dedo acusador. Por un momento la chica y yo nos miramos y ella hizo un leve gesto con los hombros como diciendo no saber lo que estaba pasando, pero su pícara sonrisa me pareció que la delataba. Me daba que en el fondo ella se sabía causante indirecta del choque de los convoyes navideños al distraer a los Papás Noel con su sensual forma de caminar. Dun che había sacado su cartera de debajo de su túnica e intentaba sobornar al agente con un fajo de billetes en la mano. 
Cuando los camilleros estaban subiendo al Papá Noel tradicional (americano) a la ambulancia, apareció mi vecino de cabaña, un irlandés con el que la noche anterior había estado bebiendo vino caliente y hablado del puñetero brexit hasta bien entrada la madrugada, y me preguntó:
What’s happened, Pepe? 
A clash of civilizations, I suspect - repuse yo mientras miraba como subían a Dun che esposado al coche patrulla y la mujer de las botas rojas se alejaba con sus bolsas y su paso firme y sensual hacia la zona noble del pueblo.

(fotografía: Anita)

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