Los
árboles de este sendero que discurre a lo largo del río son muy
sensibles, reaccionan a los cambios de temperatura, al
calor, al frío; a la humedad de la lluvia, al viento seco; al ruido, al silencio y también a los estados de ánimo. Sobre todo a tus estados de
ánimo. Muestran empatía y te confortan, te inspiran una llamada
telefónica que llevas tiempo sin hacer, una idea para un nuevo relato breve, un
haiku, un proyecto fotográfico o la posible solución a un problema que no acabas de resolver. Sueña, te dicen un día, pero mantén siempre los
pies en el suelo, no te vayas por las ramas, ve al grano, a lo esencial y, muy
importante, cuida tus raíces, pues son estas las que te vinculan con este mundo. Con
sus palabras te llenan de energía positiva, aunque tus baterías ya están
bastante gastadas y las cargas duran lo que duran. Algunos árboles, una vez
cogen confianza, también revelan sus propios deseos, miedos y frustraciones. Te
confiesan, uno que quiere ser bastón, otro batuta o taco de billar, un tercero anhela ser un día pincel
fino, caja de música o mecedora y por nada les gustaría convertirse en palo de fregona,
mango de hacha, carbón vegetal o simple madero. Aunque al final, concluyen,
cada uno acabará siendo lo que pueda. Mientras tanto están ahí, para
lo que haga falta, aunque sólo sea para echarte de menos.
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