Los
superhéroes y las superheroínas tienen un componente humano que ni en el cine
ni en la literatura salen mucho a relucir. En la vida cotidiana sucede
otro tanto. Cada vez que estos personajes, -Batman, Superman, Wonder Woman,
doña Herminia o como se llamen-, se embuten en sus trajes de superhéroes todos
esperamos de ellos que nos solucionen un problema o nos saquen de un apuro. En
el fondo más que superhéroes son unos pobres criados al servicio de gente que
es demasiado perezosa o incompetente para valerse por sí misma. Se ven
obligados a cumplir su misión sin rechistar, y la cumplen aunque les cueste un
riñón o la propia vida. En las películas americanas al final de una misión el
héroe suele disfrutar de un pequeño momento de gloria y de algunos aplausos,
pero una vez cumplido el servicio el héroe vuelve pronto al anonimato. En la vida real,
héroes y heroínas apenas salen del anonimato y el más que merecido premio por
sus intervenciones casi siempre brilla por su ausencia. Y cuando llega el día
en que ya no pueden cumplir con su misión, desparecen y caen para siempre en el
olvido. Pocas cosas hay tan tristes como contemplar un traje de superhéroe
colgado en la pared. Como pasado mañana es el Día Internacional de la Mujer quiero centrarme sólo en las superheroínas, esas mujeres que hacen que este
mundo funcione, resulte habitable y merezca la pena, y les brindo desde aquí
este pequeño homenaje. Va por ti, Mamá.
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