viernes, 25 de marzo de 2022

481. Congoja

El pasado miércoles, 24 de marzo, fueron muchos los santiagueses que alzaron la mirada al cielo para ver pasar unos cazas del Ejército del Aire. Aunque eran unas prácticas que estaban anunciadas, más de uno se llevó una sorpresa al ver esos artefactos sobrevolando las torres de la catedral. Una amiga incluso me comentó que había sentido miedo, o por lo menos mucha preocupación. No es de extrañar, con una hija preadolescente este tipo de cosas se perciben con mucha congoja. Yo procuré tranquilizarla intentando quitarle hierro al asunto y le dije que eran simples maniobras de adiestramiento militar, como las que se practican cualquier día del año.

Esta anécdota (esperemos que se quede sólo eso, en una anécdota) me retrotrajo a mi infancia en Suiza, un país neutral y pacífico, pero armado hasta los dientes y cuya población tiene garantizada una plaza en uno de los miles de refugios antiaéreos distribuidos por todo el país (entre ellos algunos túneles que horadan las montañas alpinas como un queso Emmental y que pueden ser habilitados a tal efecto). Como Suiza es un país pequeño, para hacer sus prácticas de adiestramiento los pilotos tienen que curzar todo su espacio aéreo varias veces al día. 

De niño veía con mucha frecuencia a los Mirage 5 surcar el cielo. Y no eran raras las ocasiones en que se escuchaba un ruido estruendoso al romper los cazas la barrera del sonido. Fue muy probablemente este el motivo por el que me aficioné a los aviones y le pedí a mi madre que me comprase el libro Flugzeuge der Welt, una especie de mini enciclopedia de la aviación, que incluía como único representante español el CASA C.212 Aviocar. Una afición que me llevó pronto al aeromodelismo, al que llegué a dedicar horas y horas montando con verdadera devoción las piezas de los modelos del catálogo de Revell. Sentía especial predilección por el Hawker Hurricane, el Supermarine Spitfire, el Mitsubishi A6M Zero o el Junkers Ju 87, Stuka. La mini enciclopedia aún la conservo, pero los aviones de plástico fueron sucumbiendo en las numerosas mudanzas que jalonan mi biografía.  

El sonido de los cazas suizos surcando el cielo forma parte de mi memoria sonora, al igual que el ruido de los cortacéspedes los sábados por la tarde, el de las campanas de las iglesias durante buena parte de la mañana de los domingos o los cencerros de las vacas casi todos los días del año. En aquel entonces veía los aviones como algo normal, como un juego, y no como un arma de guerra. 

Hoy día estamos muy condicionados por las noticias e imágenes que nos llegan de Ucrania. Además, lo del miércoles vino a coincidir con las manifestaciones de los camioneros que se pasaron casi toda mañana haciendo sonar su cláxones para protestar por la subida del precio de los carburantes, que sonaban como alarmas antiaéreas. Y por si esto fuera poco, los medios de comunicación daban cuenta de cinco buques de la Armada Española patrullando las costas de Malpica, A Coruña y Ferrol.

Galicia no es un escenario de guerra ni mucho menos, pero nada nos garantiza que no pueda llegar a serlo en cualquier momento. No es de extrañar, pues, que cada vez más personas miremos al cielo con cierta preocupación y congoja.

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