martes, 2 de noviembre de 2010

23. El juego de la oca

De pequeño me encantaba jugar al juego de la oca, pero no con las fichas, dados y cubilete, sino sólo con el tablero, imaginando historias a partir de los dibujos de las casillas. Recuerdo que la calavera siempre la asociaba a descargas eléctricas, posiblemente porque al final de la calle donde vivía había un transformador de Fenosa en cuya puerta aparecía un dibujo muy parecido y en una ocasión el cable de una lámpara remendado por mi padre con esparadrapo me sacudió un tremendo calambrazo. Dentro de la posada me imaginaba muchas risas y mucha fiesta con mesas repletas de fantas de limón y de naranja; no me cabe duda que inspirado en la casa de comidas que había enfrente de mi casa, donde un amigo mío y yo bebíamos furtivamente los restos de las botellas de refresco colocadas en cajas de madera al lado de la entrada. El pozo me inspiraba miedo, pues cada vez que intenté imaginarme algo bonito -caramelos, chocolatinas o indios y vaqueros de plástico- saliendo de él una cosa fuerte y oscura lo retenía todo en su interior. Acabé tapando esta casilla con la palma de la mano para poder jugar con el resto del tablero.
Las ocas, estoy convencido de ello, me inocularon el virus del coleccionista. Fueron mis primeros cromos y si mi hermano, mayor que yo, no me lo hubiera impedido las hubiera recortado del tablero de cartón y guardado en mi cajita metálica. No sé muy bien por qué, pero asocio mi obsesión por fotografiar farolas con la experiencia de mis viajes fantásticos a través del juego de la oca; algo así como “de farola en farola fotografío por que me toca”. Hoy día, cuarenta y tantos años después, sigo jugando al juego de la oca, no con el tablero, pero con la cámara fotográfica, jalonando el tablero de mi vida con farolas en vez de con ocas. Farolas que son, tal vez, metáforas de faros costeros que con su haz de luz permiten llegar a buen puerto y, una vez en tierra firme, ayudan a superar calaveras, pozos y posadas y a seguir caminando, aunque sólo sea por el mero placer de caminar.
La farola de esta fotografía se encuentra en la plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela, un lugar que en el juego de la oca/farola de un veterano peregrino gallego puede ser tanto un punto de partida como de llegada.

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