martes, 9 de octubre de 2012

115. Maneras de vivir

Los españoles que hoy rondamos la cincuentena y no hemos padecido enfermedades graves ni hemos sufrido grandes desgracias en nuestro entorno más inmediato, podemos afirmar que hemos tenido la suerte de haber vivido una época feliz, pues hemos podido disfrutar de cinco o seis lustros de paz y de estabilidad económica. Hemos sido testigos ingenuos de la muerte del dictador; hemos disfrutado de la ola de libertad y de efervescencia creativa de los años ochenta; hemos tenido acceso a una formación universitaria pública y de cierta calidad; nos hemos licenciado en un momento en que aún existía un mercado de trabajo; hemos podido viajar, ver otros mundos, conocer otras culturas y abrir nuestras mentes a otras realidades; hemos conocido de primera mano el valor de conceptos como igualdad, libertad, justicia o progreso. Y nos hemos sentido orgullosos de vivir en un país joven que supo transitar de una dictadura a una democracia sin que corriese apenas sangre, en un país que ha sido capaz de sentar por primera vez a judíos y palestinos a una mesa de negociaciones, que ha sido capaz de organizar unos juegos olímpicos que deslumbraron por su creatividad y excelencia, que ha sido capaz (y lo es todavía) de mantenerse a la cabeza de los países en los que más donaciones de órganos se producen, un país que dio una lección de solidaridad al mundo entero con aquella marea humana que acudió en masa a colaborar de manera voluntaria en la limpieza del chapapote con el que el Prestige cagó toda la costa gallega. Un país, también, formado por pueblos diferentes, con idiosincrasias diferentes y poblado por unos ciudadanos muy individualistas, pero que pese a ese individualismo y a esas diferencias, cuando los dirigentes están a la altura de las circunstancias son capaces, por poner un ejemplo quizás un tanto frívolo, de jugar al fútbol como una orquesta dirigida por el mismísimo Herbert von Karajan. Y uno se pregunta cómo hemos podido llegar hasta donde hemos llegado, con este panorama tan gris que tenemos ante nosotros. Cada vez que paso al lado de este rótulo de un conocido local de Santiago de Compostela me invade la nostalgia por ese pasado reciente que se aleja, pero al mismo tiempo también hace que no me olvide de que otras maneras de vivir son posibles.

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