Anoche, en un
minúsculo planeta del universo musical español actuaron Los
Secretos, grupo superviviente de la movida de los 80,
cuyas canciones tienen un peso muy importante en la banda sonora de las biografías de
buena parte de la gente de mi generación. Allí estuvimos una
pléyade de cincuentones rememorando, con las emociones a flor de
piel, un pasado cada vez más lejano, gozando con la música y reviviendo recuerdos que las letras de las canciones más
emblemáticas nos traían a la memoria; recuerdos lejanos unos, otros
no tanto. El concierto fue de menos a más y los músicos acabaron
disfrutando sobremanera con el público emocionado. En la barra las camareras no daban abasto sirviendo cerveza. Al final hubo varios
bises, pero aún así llegado el momento se hizo el silencio y las
emociones dejaron de bullir, nos embutimos en nuestras chupas y al
abandonar la sala una bofetada de viento frío nos despertó a la
realidad del presente. Mi amigo, viejo compañero de fatigas, y un
servidor todavía nos fuimos a rematar la noche en un bar de la zona
vieja, a escuchar aquellas canciones que se habían caído del
repertorio del concierto, como “Quiero beber hasta perder el
control” cuyo soniquete no ha dejado de resonar en mi cerebro
desde anoche.
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