Ámsterdam parece que cabe en una gota de agua, todo está tan
cerca, pero después nunca acabas de llegar a ningún lugar, te pierdes por sus
calles y te ves arrastrado por una marea humana que se te antoja la vuelta
ciclista a Jamaica. El tiempo allí pasa despacio, sobre todo en bares y restaurantes.
Ya al segundo día compruebas que tu reloj se ha quedado atrasado y caes en la
cuenta de que comes y bebes como un animal. Además, hay que pagar por todo y
todo es caro, el presupuesto de dos semanas se te va en cuatro días. Pero luego,
de vuelta en casa, ya no lo ves así y tienes la agradable sensación de haber
dado la vuelta al mundo en un fin de semana.
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