Antiguamente la gente acudía, por lo menos una vez en la
vida, al estudio de un fotógrafo para hacerse un retrato individual o de
familia. Estos retratos posados solían hacerse en un decorado y rodeados de
todo tipo de atrezo: columnas jónicas de escayola, búcaros de flores de
porcelana barata o arcos románicos de cartón piedra. No pocas veces los lienzos
del decorado mostraban escenarios reconocibles: pirámides egipcias, paisajes
alpinos o murallas chinas. Pero hoy día todo se ha popularizado: ya no precisamos
acudir a un profesional para hacernos un retrato y para inmortalizarnos ante
una maravilla del mundo compramos un billete de avión en una compañía low cost,
viajamos a un lugar exótico, nos plantamos delante del monumento más
representativo del lugar y nos hacemos un selfie. A veces pienso que, a pesar
de todo los adelantos y de todo el progreso, en el fondo las cosas no han
cambiado tanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario