Cuando
era un adolescente estuvo prendado de Charo, la vecina del tercero derecha. Con
ella descubrió el erotismo, espiándole el escote mientras ésta tendía la ropa
en el tendal del patio de luces. De adulto, a la vuelta del servicio militar,
se enamoró perdidamente de Rosita, la hija de Charo. Pero él estaba muy atrás en
la lista de pretendientes, nunca tuvo la más mínima oportunidad. En esta época
descubrió, primero los celos y la envidia (sana o no) y más tarde, al casarse
Rosita con el número cinco o seis de la lista, la resignación. Ahora ya de
anciano, abrumado por el peso de la melancolía, le dan la vida las tardes de
verano en que Charito sale a broncear su joven cuerpo a la playa del pueblo. Él
nunca falta a la cita, aunque sea día de partida de dominó. ¡Dios, cómo le gusta
el ADN de esa mujer!
No hay comentarios:
Publicar un comentario