340. Sombra bruja
Los
habitantes del poniente europeo tenemos una relación muy particular con nuestra
sombra. La misma Rosalía de Castro abordó esta idea en algunos de sus poemas. Si
queremos dejar nuestra tierra, los gallegos tenemos que hacerlo siempre en día
nublado o en torno al mediodía, pues al caer la tarde nuestra sombra alargada
parece perseguirnos y le da a nuestros
perfiles apariencia de fugitivos (ya lo dice el refrán: el cobarde, huye de su
sombra). Y por mucho empeño que uno ponga en la huida, ningún gallego hasta hoy ha sido
capaz de sacudirse su sombra de encima. Es como una especie de fuerza o raíz intangible
que nos mantiene, para lo bueno y para lo malo, amarrados a nuestro terruño. Y
a aquéllos que sí lograron escapar y ya están lejos, su sombra les señala constante,
cariñosa y maternalmente el camino a casa. No sé si esto tendrá algo
que ver con algunas supersticiones del rural gallego como “tener o coger la
sombra” (ser víctima de un mal de ojo o de un embrujo), o si será por esto que
muchos gallegos recelemos de nuestra propia sombra.
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