Cada vez que volvíamos de hacer la compra del súper pasábamos
por delante de este mural. Un día me preguntó por qué esa chica estaba tan triste
y yo me vi obligado a inventarme una historia, de esas que le gustaban a ella.
La tele nunca le gustó; las películas, menos; alguna serie de humor sí veía,
pero ponía más atención en la calceta o en el ganchillo que en la pantalla del
televisor. Lo que siempre le había gustado era escuchar historias reales. Tenía
una gran facilidad para empatizar con los personajes. Le conté que era una
chica que trabajaba de modista en un taller de costura a la que su novio había abandonado
para irse a hacer las Américas. Que él le había propuesto matrimonio y llevarla
con él, pero que ella era la única mujer de cinco hermanos y, a pesar de estar
muy enamorada, no había querido dejar a sus padres solos. Que quién los iba a cuidar cuando
fuesen mayores. Se quedó un rato mirando el mural y sólo supo decir: “Pobriña, vaya por Dios”. Continuamos hacia casa, pero pareció quedar afectada, pues antes de doblar la esquina del
edificio aún se volvió para mirar de nuevo a la modista triste.
La siguiente vez que pasamos por allí, volvió a quedarse parada
mirando al mural. - Ahí sigue, la pobre. Se pasa el día llorando, - le dije. Me
preguntó por qué lloraba y volví a contarle la historia del novio que la había
abandonado para emigrar al Uruguay. Me preguntó si no tenía otros pretendientes
y le dije que claro que sí, pues era una chica muy guapa, simpática y alegre.
Pero que como últimamente estaba tan triste y se pasaba todo el día llorando,
casi todos habían dejado de cortejarla. “Pobriña,
vaya por Dios”, - repitió. Pero esta vez añadió que tenía que olvidar al
otro y buscarse un marido, que si no se iba a quedar sola y eso sí que era triste.
Como me pareció que le afectaba bastante la historia, las
siguientes veces intenté cambiar el relato. Unas veces le decía que la modista tenía
una jefa muy severa que la hacía trabajar como una esclava y que hasta que
terminase de coser esa colcha, a pesar de estar muy cansada, no se podía ir a casa. Otra vez le conté que la modista era una chica muy fantasiosa, que se pasaba
las noches leyendo novelas de Corín Tellado y después en el trabajo se quedaba
dormida. Otro día le conté que su papá había enfermado del pulmón y que ella estaba
muy preocupada por su salud. En otra ocasión, que uno de sus hermanos había
muerto en un accidente en la mina. Pero daba igual lo que le contase, sus
primeras palabras eran siempre las mismas: “Pobriña,
vaya por Dios”. Nunca encontré la manera de encontrarle un final feliz a la
historia. Pero casi estoy convencido que de haberlo encontrado su respuesta
hubiese sido la misma.
Hará ya unos dos años que mi madre y yo no volvimos a pasar al lado de ese mural. Y yo ahora paso muy de vez en cuando, pero cuando lo hago,
en mi memoria se repite siempre la misma frase, “Pobriña, vaya por Dios”.
Qué relato tan real e emotivo!!!
ResponderEliminarTamén me acordaré o da historia cando pase por diante dese mural e por ese extraño entramado da mente que nos dirixe, seguro que me salirá espontáneamente:
Pobriña, vaia por dios....
Precioso!!
Graciñas polo comentario, moi emotivo. Alégrome de que que che gustara. Unha aperta
ResponderEliminarRelato emotivo y costumbrista de los que permanecen siempre y no se olvidan nunca
ResponderEliminarMuchas gracias, Xabier, a mí seguro que no, aunque no lo hubiese puesto por escrito. Abrazo
ResponderEliminar" Pobriña, vaya por Dios" Tu madre sin duda vivía las historias que la contabas.Te imagino echándole imaginación y pasión. Ha de ser una gozada acampar en tu compañia alrededor de una hoguera. Besos. La burgalesa
ResponderEliminarGracias, burgalesa, sí era una gran escuchadora de historias, el cine y la tele no le decían nada.
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